En estos lúgubres 18 años de golpes continuos a las instituciones republicanas por un régimen forajido superpuesto a la soberanía popular, atornillado por una camarilla militar podrida y unos podercitos espurios pero inmensamente dañinos, hemos contado en todo momento con la acción, luz y palabra de la Iglesia, una institución dura como una roca y que los barbaros han golpeado pero siempre se levanta como un porfiado insuflado de la energía del Espíritu Santo y de la confianza popular. Sus posturas constituyen un fortificante aldabonazo a las conciencias.
Nunca antes habíamos sufrido los venezolanos la extrema carencia de bienes y productos básicos para la alimentación y la salud, junto con el recrudecimiento de la delincuencia asesina e inhumana, el racionamiento inestable de la luz y el agua y la profunda corrupción en todos los niveles del Gobierno y la sociedad. La ideologización y el pragmatismo manipulador agudizan esta situación.
La Iglesia llama al pueblo a no dejarse manipular por quienes ofrecen un cambio por medio de la violencia. y por quienes lo exhortan a la resignación ni por quienes le obligan al silencio. No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la resignación y la desesperanza son graves peligros para la democracia. Nunca debemos ser ciudadanos pasivos y conformistas, sino sujetos conscientes de nuestra propia y calamitosa realidad; sujetos pacíficos, pero activos y, en consecuencia, actuar como protagonistas de las transformaciones de nuestra historia y nuestra cultura.
Es la hora de unirnos en torno a la defensa del bien común que es Venezuela.
Es apremiante la autorización oficial a instituciones privadas del país, como Cáritas y otros programas de diferentes confesiones religiosas, que sirven directamente a los más necesitados, para que puedan traer alimentos y medicinas, provenientes de ayudas nacionales e internacionales.
El Poder Ejecutivo y la Asamblea Nacional, deben respetarse y actuar según su respectiva autonomía, reconociendo mutuamente el papel que a cada uno le corresponde. En esta misma línea, deben buscar, de manera conjunta, soluciones, que el pueblo reclama, a problemas de vital importancia: la recuperación económica general del país, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, la falta de electricidad y calidad de los servicios públicos, la violencia y la inseguridad, la seguridad social de los adultos mayores, el problema de los llamados presos políticos. La Ley de amnistía es un clamor nacional e internacional y una contribución a la distensión social. Desconocer a la Asamblea Nacional es desconocer y pisotear la voluntad de la mayoría del pueblo.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!