La gran mayoría está de acuerdo que el país está hecho una ruina, y los culpables son los chavistas y chavismos que sentaron las bases del desastre, los maduristas y el madurismo que no sólo tratan de continuar porque no saben lo que hacen, sino que ni entienden ni pueden por eso adaptarlas, menos aun, se atreven a cambiarlas. Porque, tampoco tienen ni la experiencia, ni el talento, ni la formación para saber qué y hacia dónde cambiar.
A Nicolás Maduro –y a sus ministros, que repiten necedades como loros domesticados- lo único que se les ocurre es modificar los nombres de los errores cometidos y poner nuevas denominaciones para que parezca que están innovando. Entre esos derroches de adjetivos alguna verdad se cuela, como lo de Estado de Excepción y Emergencia Económica; aunque las medidas maduristas, casi sin alteración, no sólo no mejoran sino que empeoran y se profundizan, no saben qué hacer, creen que la televisión hace milagros y que la paciencia de la gente es infinita. Aún peor, sueñan con que el aguante sea resignación, adaptación, tejen sin saberlo una tela de araña cada día más densa, y confunden densidad con fuerza, creen (se auto convencen, como el alcohólico que siempre encuentra justificación para beber cada vez más fuerte), que no se romperá porque es tupida, no quieren pensar que el agua es densa pero el que cae dentro y lejos de la costa se agota, se ahoga o se lo engulle un tiburón, no quieren pensar que el agua del Guri es espesa pero si no es nutrida por lluvias y ríos, se la van consumiendo las turbinas y lo que ellos no podrán nunca controlar, el sol.
Pero la particularidad real es que el país está en una situación y un camino que sólo Venezuela aplica en el mundo, a contramano de la lógica y de las acciones de cualquier nación más o menos exitosa, que nadie puede disfrutar del día ni de la noche porque se juega la vida, que los niños, los ancianos y los enfermos se mueren por falta de medicinas, que la verdadera gran motivación de miles de funcionarios y de amigos del Gobierno –camaradas por conveniencia, no por afecto- es la corrupción, el “cuánto me toca a mí”, que los policías están mal pagados y peor dotados, y que los maestros tienen ingresos inferiores a cualquier obrero pico y pala, para sólo citar unos pocos ejemplos que en este país ya no son anormalidad sino regularidad.
La emergencia económica todos sabemos que viene de años atrás, que Maduro no la provocó pero sí la empeoró gravemente. Maduro y colaboradores se refugian en estupideces a las cuales se les ven hasta las más recónditas costuras, como la tan cacareada guerra económica, concepto según el cual cualquier empresario es tan enemigo del pueblo y tan bruto que prefiere producir y vender –y ganar- menos, prefiere perder e incluso arruinarse, con tal de amargarle y complicarle la vida al Gobierno y poner a los pobres contra la pared.
Lo de la excepción es la ya vieja bandera, ahora en manos de Maduro, que indica que todos nos atacan, que Estados Unidos tiene toda una flota con portaaviones, bombas y misiles, para invadirnos, para hacer bajar en paracaídas su infantería y desembarcar en las playas a los “marines”, violar nuestros aires con los feroces F-18 y bombarderos “stealth”, y que serían frenados por el pueblo en armas y los militares herederos del Libertador –no de Páez, al general más exitoso de la Independencia al que Chávez echó a un lado con la misma tranquilidad y similar ignorancia con la que borró el descubrimiento por Colón en su tercer viaje, un siglo de conquista y dos de colonización españolas, sin dar explicación alguna de cómo pasamos de tribus indígenas que vivían la mayoría en la edad de piedra, a la Venezuela de 1810.
Militares y milicianos barrigones se preparan a soportar la arremetida del imperialismo yanqui con su flota del Caribe mientras llega el ejército cubano, cuya última batalla fue el fusilamiento de Ochoa, a defender la patria. La excepción agravada por la emergencia económica pero que se va a resolver sembrando zanahorias en los techos de los edificios, distribuyendo miles de millones de bolívares entre militantes maduristas para que sean ellos los que se encarguen de la producción de alimentos y su distribución casa por casa. Militantes que saben aún menos que el Gobierno de producción y distribución de productos de cualquier tipo.
Es la mezcla de populismo filtrado por el limitado e ignorante sentido revolucionario y madurista, haciendo ofertas cada dos días por los medios y en cadena prometiendo un país potencia que ni ellos mismos saben definir y programas para defender al pueblo que ya no puede esperar ni entender porque está en todo el país haciendo largas colas para conseguir dos o tres productos elementales y asomados a ventanas mientras regresa la luz, bañándose con totumas porque el agua tampoco llega. Ofertas, promesas, programas grandiosos rápidamente sustituidos por otros aún más delirantes, grandiosos e inaplicables, populismo como fijación de estrategias.
Demagogia en programas que se ofrecen y ya todos sabemos que no se cumplirán porque ni son prácticos ni hay maduristas capaces de ejecutar nada que vaya más allá de palabrerío florido pero nacido muerto.
Pero por si algo faltaba en esta Venezuela agobiada, en crisis, empobrecida, destruida y saturada de problemas, la oposición, cuyos méritos no se le pueden negar –el sostenimiento de la unión en la MUD a pesar de claras diferencias en ideologías y estilos, su contundente triunfo en las elecciones parlamentarias, por ejemplo- utiliza con excesiva frecuencia la demagogia incluso majadera y consecuencia de la ignorancia, como la propuesta de dolarizar los salarios y prestaciones, o compromisos que sus dirigentes -salvo que sean imbéciles, que no lo son-, saben perfectamente que son imposibles de cumplir.
De manera que para mayor frustración la ciudadanía, sumida en graves dificultades, aplastada, sin esperanza ni alternativa, tiene además que aguantarse ser tiro al blanco de mentiras disparadas al mismo tiempo desde el Gobierno, el revolucionarismo, y oposición multi-polar. Desde ambos lados han convertido al pueblo en escupidera común de falsedades y revoltillo de mentiras.
Algunos consideran que analizar, criticar los hechos sociales y políticos, son germen para el anti partidismo o anti política que nos trajo a esta situación. Ese chantaje ideológico no solamente es chocante, vil y cruel sino absurdo. Son algunos políticos descarados, mentirosos y sinvergüenzas que actúan a conveniencia propia de sus intereses y partidos, quienes han llevado la noble profesión de la política al deterioro y desgracia que hoy vive y sufre.
Esos politiqueros deben asumir sin cobardía sus errores –no culpen a otros- y corregirlos, nunca es tarde para enmendar. La gente, que ya no es boba ni ingenua, respetará mucho más a un político que confiesa sus errores y hace propósito público y creíble de enmienda, que al que sigue disimulando y tratando de engañar con promesas y propuestas etéreas y no confiables.
Casi todos los partidos políticos se ubican en la cómoda posición de centro izquierda. Siempre les ha causado escozor y hasta miedo, ubicarse en el centro o centro derecha. Por ese temor tonto de ser catalogados derechistas u oligarcas, y terminan no siendo nada en realidad. Hace ya demasiado tiempo que en Venezuela pasaron aquellos tiempos de ofertas socialistas y pro populares.
En un país entre demagogos y populistas como principal atractivo para hacer política el éxito no tiene buen futuro. La competencia entre quienes aspiran conquistar las grandes mayorías populares con la mentira y ofertas engañosas, deben ser erradicados de la política, ya es hora, ya ese modelo está agotado, hecho polvo. Los políticos, tanto del gobiernismo enceguecido, como de la oposición atragantada por su éxito, deberían tener siempre presente que los hechos no dejan de existir porque se ignoren.
@ArmandoMartini