Mayra hizo fila todo el día por dos paquetes de harina de maíz y de pasta. Acaba de sancochar plátano para agregarle al almuerzo. “Mi nevera está pela’ita”, muestra a la AFP, tras abrirle las puertas de su humilde casa en un barrio popular de Caracas.
AFP
“Nosotros no comemos las tres veces al día, desayunamos tarde y almorzamos tarde y ya. La leche no se consigue. A los niños les damos fororo (cereal harinoso de bajo precio) para dormir”, dice Mayra de Ramos, de 64 años, quien vive en Catia con tres hijos y tres pequeños nietos.
Su hija, la madre de los tres niños, salió hace horas a hacer mercado. A Mayra le correspondió ir el día anterior, según el último número de su cédula en un proceso de venta de regulada, a hacer colas para comprar productos básicos.
“Ayer fue tremendo, me tocó hacer cola todo el día. A veces venimos con las manos peladas, sin nada”, dice la mujer, delgada pero fuerte, quien vive de una modesta jubilación. Sus hijos ayudan un poco, pero también tienen que mantenerse ellos.
Desde la madrugada o incluso la noche anterior, empiezan a formarse las filas todos los días en los supermercados, ahora más custodiados por la policía militarizada pues en los últimos cuatro meses se registraron 94 saqueos y 72 intentos de saqueo, según la ONG Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.
“Mi día a día es salir a hacer cola, a ver qué se consigue. Aquí si se desayuna, no se almuerza; si se almuerza no se cena, para poder una harina rendirla, para que dure dos días. Somos ocho, cuatro niños. La nevera mira cómo está”, dice Liliana Rojas, de 44 años, también vecina de Catia.
Asfixiada por el desplome de los precios del crudo, Venezuela padece una profunda crisis económica reflejada en una escasez de alimentos de alrededor del 80%, según la encuestadora Datanálisis, y una inflación que fue del 180,9% en 2015 y que el FMI estima en 700% para 2016.
Maduro, a quien la oposición culpa de la crisis y quiere sacar del poder con un referendo revocatorio, responsabiliza a una “guerra económica” que atribuye a empresarios de derecha que, señala, especulan y acaparan la comida para provocar descontento y desestabilizar a su gobierno.
– El ‘bachaqueo’ –
Cargando una bolsa en la que lleva dos paquetes de harina de maíz, dos pollos y tres barras de mantequilla, Rosa Gómez, ama de casa de 38 años, camina hacia su casa, en el populoso barrio Petare, en el este de Caracas. Está por caer la noche, llueve copiosamente y se ve cansada.
“Salí de mi casa a las cinco de la mañana, pasé todo el día haciendo cola, para conseguir esto. Tenemos que hacerlo, porque sino no comemos. No tengo para comprar bachaqueado”, afirmó.
Desde hace rato el gobierno lanzó una ofensiva contra ellos, pero ahí están, en todas las filas: Los “bachaqueros” o contrabandistas se las ingenian para comprar lo subsidiado para revender. “Un paquete de harina bachaqueada cuesta 2.000 bolívares (190 bolívares a precio regulado). El sueldo no te da”, explica Gómez.
El salario mínimo es de 16.000 bolívares y de 18.500 el bono alimentario. “Si compras bachaqueado, eso se te va como agua. El pollo ya subió a 4.000 el kilo”, dijo Gómez. La tasa oficial del dólar es de 550 bolívares, y de 1.000 en el mercado negro.
– Y los “Clap” –
Para enfrentar la corrupción que carcomió a los supermercados estatales y el acaparamiento, el gobierno puso en marcha un plan de distribución de bolsas con alimentos subsidiados a través de los “Clap” (Comités de Abastecimiento y Producción), dirigidos por líderes comunales.
“Primero los Clap y luego lo demás, esa es la línea. Todo el poder a los Clap”, anunció el jueves el presidente socialista, al defender ese sistema frente al régimen comercial capitalista.
Pero unos se quejan de que las bolsas (con arroz, azúcar, mantequilla, harina de maíz, aceite) alcanzan para muy poco, apenas llegan a una pequeña parte de la población, o son repartidas según afinidad política.
Varias protestas de los últimos días, una de ellas en Catia, se debieron, según testigos, a que camiones cargados de alimentos son desviados, en la propia puerta de los supermercados, por la guardia militarizada para entregarlos a la distribución a través de los Clap.
“La bolsita que dan mes a mes es patética, lo censan a uno en la comunidad y le dan la bolsa de lo que salga, cuatro o cinco productos, cada vez vienen menos surtidas”, se queja Mayra, en la cocina de su casa.
Con un trozo de tela en la boca de un tobo (recipiente), trata de filtrar las impurezas del líquido turbio que sale del grifo. Lo vierte en unas botellas y las lleva al refrigerador. “Agua, más nada”, dice con sonrisa de resignación.