El duque de Edimburgo cumple mañana 95 años como el más fiel “escudero” de su esposa, Isabel II, al tiempo que sigue siendo el miembro más impredecible de la familia real, en un momento en que su salud ha vuelto a encender las alarmas.
El príncipe Felipe soplará este viernes las velas con mayor discreción de lo habitual, con la atención volcada en la monarca británica al coincidir la fecha con los festejos que, desde hace semanas, se celebran en el Reino Unido por el 90 cumpleaños de la Reina.
De hecho, por ese motivo hay programada una misa de acción de gracias en la Catedral de San Pablo, en el centro de Londres.
Los 95 años del duque se marcarán, como manda la tradición, con 41 salvas de cañón lanzadas a mediodía desde el Hyde Park por la Artillería Real a Caballo y, una hora después, volverán a escucharse nuevos cañonazos, 62, desde la Torre de Londres, que resonarán por las lindes del río Támesis.
El príncipe alcanza tamaña edad con buen aspecto y estado físico en general, si bien la pasada semana un pequeño sobresalto -no especificado por la casa real- hizo temer sobre su salud.
Entonces, por consejo médico, se canceló su presencia en las conmemoraciones previstas como tributo a la llamada Batalla de Jutlandia, de la I Guerra Mundial.
El duque ha pasado la mayor parte de su vida acompañando públicamente a su esposa, en quien se fijó cuando ésta era solo una adolescente de 13 años y él era cadete de la Marina Real británica, con la que sirvió con honores en la II Guerra Mundial.
Casados desde hace más de 68 años -se dieron el “sí quiero” en 1947-, es ya el consorte más longevo en la historia de la monarquía británica.
En sus bodas de oro -50 años de casados-, Isabel II sintetizó en una frase sus sentimientos hacia su esposo: “Ha sido, simplemente, mi fuerza durante todos estos años y yo, y toda su familia, y éste y otros muchos países, le debemos una deuda mucho mayor de la que él jamás reclamará, o de la que jamás sabremos”.
Al tratar de descifrar el secreto de esa duradera alianza, los analistas en realeza opinan que los caracteres de ambos se complementan: la reina es cauta y convencional mientras que su esposo tiene una personalidad aventurera, activa y tempestuosa, sin duda la más polémica de la realeza.
Las meteduras de pata en público del duque han contribuido a la percepción que tienen de él los ciudadanos, que lo ven como un personaje imprevisible e impetuoso, de humor particular, con tendencia a protagonizar frecuentes salidas de tono con comentarios inadecuados.
Son incontables los episodios documentados por los medios. Como cuando advirtió a un grupo de estudiantes escoceses en China que si se quedaban mucho tiempo en ese país se les pondrían los ojos “rasgados” o le espetó a una agente con un chaleco salvavidas en una visita a Isle Of Lewis que parecía “un terrorista suicida”.
Al visitar una fábrica en Glasgow (Escocia) comentó, al echar un vistazo a un manojo de cables sueltos de una caja de fusibles con aspecto obsoleto, que lo habría instalado “un indio”.
Pero también cuenta con una mente ingeniosa e inquieta y se siente a sus anchas departiendo en profundidad sobre temas relativos a industria, ciencia, naturaleza, ingeniería y diseño.
El príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca nació el 10 de junio de 1921 en Mon Repos, la residencia de veraneo de su familia en Corfú, de la unión del príncipe Andrés de Grecia y la princesa Alice de Battenburg.
La familia tuvo que exiliarse tras un golpe militar en Grecia para derrocar a su tío, el rey Constantino I, y con tan solo 18 meses fue evacuado por la Marina Británica en una cuna fabricada con cajas de naranjas.
Cambió su apellido Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glucksburg, de origen danés -por la familia real danesa de la que descendía su padre- por el materno, Mountbatten, antes de casarse con la heredera del trono británico.
Al emparentarse con la futura soberana, ambos disfrutaron de una vida sencilla en la isla de Malta, donde tuvieron a sus primeros dos hijos, el príncipe Carlos y la princesa Ana, a los que seguirían Andrés y Eduardo.
Pero su pacífica vida conyugal se vio truncada cinco años después de casarse, al fallecer el rey Jorge VI, el 6 de febrero de 1952, y tener que asumir la Corona la entonces princesa Isabel.
Ya casado, Felipe de Mountbatten, duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenich, adoptó un papel prominente a nivel internacional en temas como la conservación del medioambiente y se interesó también por proyectos juveniles.
Apasionado de deportes como el polo, la vela o el cricket, que practicó en su juventud, entusiasta de la fotografía, los caballos y la aviación, nunca ha dejado de ser, pese a llevar a cabo numerosos compromisos personales, el principal apoyo de su esposa. EFE