Nuestro país tiene un raro olor a subterfugio. Se tensa en la piel esa empalagosa sensación a calamidad, con el gotero indeseable de la agonía de quienes van al cadalso; el paredón de la despiadada congoja del hambre, repartida a las masas con el descomunal esquema del engaño.
Por José Luis Zambrano Paduay
Las radicales apetencias gubernamentales sobrepasan las esferas de esta dimensión. Se afanan en sus tretas por regalar polémicas en los medios, culpar en su opereta al más ingenuo y ensartar implacables y descarados dictámenes en la balanza desequilibrada de la justicia venezolana.
Pero la maniobra más sombría de su libreta socialista son los rictus a costa de la salud espiritual del país. Sus andanzas hurgando donde nos se les ha invitado, ha llegado al extremo de intervenir la paz del sepulcro, con el furor abrupto de lo demoníaco y lo inapropiado.
La profanación de los restos de Bolívar fue su inicial transitar por lo sacrílego. La violación sepulcral llevaba la idea de hacer una ronda demoníaca y jugar en el complicado escenario de las circunstancias, para evitar el derrumbe del poder, dejando de lado la aprobación divina y circunscribirse a la elemental argucia del maligno.
Se dice que aquella herejía tenía el alegato de desentrañar la verdad sobre la muerte del Libertador; que sirvió para mostrar su verdadera catadura y detallar su faz, confiriendo un nuevo retrato del padre de la patria con rasgos zambos como los de Chávez, cuando todos sabemos de su innegable origen español.
Hoy sus ceremonias allanan la tranquilidad de las tumbas de Isaías Medina Angarita y Rómulo Gallegos, precisamente cuando les zumban en el oído de la estabilidad, las protestas por falta de alimento, los esfuerzos por concretar el referéndum revocatorio y la petición en la OEA por la activación de la Carta Democrática.
La maquinación de paleros, brujos, babalaos, expertos de la baraja, prestidigitadores y taimados escrutadores del destino debe centrarse en este momento en evitar la caída estrepitosa de este gobierno, que llega a los extremos del abuso de su dominación y sus remiendos de la crisis ya no aguantan una zurcida más.
Violentar las tumbas como por capricho esotérico sólo le da compases fúnebres a un mandato con acta de defunción. Miembros del gobierno trataron de negar con altanería esta nueva profanación, mientras los desconcertados familiares de sendos personajes de nuestra historia, mostraban fotos de sepulcros abiertos por las redes sociales y en su confusión no sabía sin mover los restos de estos ex presidentes, exhumarlos o esperar al cambio de las realidades nacionales.
Entretanto, el ciudadano no come de cuentos y tampoco de alimentos, por ello ha salido a la calle a reclamar con estruendo su ansiedad, mientras el CNE borra firmas para el referéndum con la voluntad del retardo y busca la validación en su complicada agenda de estipulaciones sin sentido, olvidando que cada rúbrica fue estampada con la convicción de los esperanzados por una salida no violenta a este disparatado sistema.
Desconozco si es real que desde aviones los hechiceros del gobierno lanzan polvillos para apaciguar al pueblo; si el ateísmo es mayor al amor comunista o si los billetes tienen la ilustración de seres de ultratumba del mal y no los patriotas de antaño; sólo estoy claro que la arbitrariedad se les ha ido tan de las manos, que el caos estremecedor lleva el sello de la estampida social y en cualquier momento puede darse un cambio no planificado; peligroso, grotesco e incierto para todos.