Un atributo del gobierno que inició Chávez y siguió Maduro, bajo el ropaje del Socialismo del Siglo XXI, es arrogarse ser no solo democrático sino el más democrático del mundo. Entre otras, la más importante en la discursiva oficial, es que somos el país donde se hacen (¿o hacían?) más elecciones que en ningún otro. Así navegaron en la comunidad internacional por el camino de la apariencia democrática. Y así se asumió por cerca de dos décadas por las naciones.
Hoy la situación ha cambiado. Ya no hay apariencia. La verdad ha salido a flote. Ya no hay maquillaje que sirva y, al parecer, se agotó la existencia de éste. El mundo ahora nos ve sin filtros. El mundo ya sabe. El velo se ha caído.
El hambre se extiende sin limitación, como sin límite la respuesta es represión. Las muertes se apilan frente a un gobierno intencionadamente ciego. La delincuencia impera en las calles… Mientras, Maduro habla y habla y habla; y dice mucho sin decir nada. Dice mucho sin hacer nada.
Los signos del final de “el proceso” se hacen presentes. Pareciera que los voceros de esta oficialidad desgraciada se vuelcan en competencia a ver quién es el más idiota: si el jefe o su gabinete. Aspiran ser el idiota supremo. Por supuesto, idiota en el sentido de los antiguos griegos.
Un embajador del peso de Roy Chaderton se deslinda al afirmar que hay chavistas no maduristas, algo así como un “yo no fui”. Como si fuera kínder, la canciller acusa a sus pares de Paraguay y Brasil de esconderse en el baño. El gobernador Vielma Mora justifica la superioridad de fuerza de las mujeres sobre la Guardia Nacional, en el cruce de frontera en busca alimento y sobrevivencia, diciendo que fueron a divertirse y a visitar amigas.
Ya la idiotez es mundial, no solo interna. Habremos de revocar no solo el hambre, sino también la idiotez.