El golpe militar fallido de Turquía ha desatado los demonios. No hay intentonas buenas ni malas: todas son pésimas. En respuesta, el personalismo del sultán Erdogan como comienzan a llamarlo, promete sumir a ese país en un recrudecimiento de las prácticas contra la libertad. Que un jefe de Estado en el siglo XX esté defendiendo la pena de muerte porque el pueblo la ha pedido no es sino el adelanto de que pronto se multiplicarán los patíbulos según la conseja popular. Las detenciones ya son del todo delirantes y no sólo incluyen a militares sino a jueces, policías, gobernadores y a todo aquel que hable mal del sultán. De hecho antes del golpe, la prensa internacional abundaba en las querellas judiciales que el régimen había iniciado contra todo aquel que lo desdijera. Este es el país que pretende ingresar a la UE. Si anteriormente esto se dificultaba por el islamismo creciente, la persecución a la disensión, la discriminación de género y hasta la negativa de admitir el genocidio armenio, hoy luego de los gritos invocando la pena capital luce imposible.
Para ser libre, hay que serlo y parecerlo. El escritor Paul Auster rechazó una vez visitar Turquía en protesta por el encarcelamiento de periodistas. En una democracia no puede haber sino prensa libre. Una Turquía en la UE debe ser un país pleno en derechos, sin influjos militares o religiosos y que garantice el derecho de las minorías. La libertad no se consigue rellenando un formulario. Y menos afilando la cuchilla de la guillotina.
@kkrispin