Este momento teñido de incertidumbre que vivimos causa estupor. La realidad nos satura. La república ha sido desmantelada, el Estado ha sido corroído por el narcotráfico y la sociedad se encuentra indefensa. No existe una referencia en la región. Cualquier descripción sobre la Venezuela que vemos naufragar en este 2016 resultaría breve frente a lo que sucede realmente.
En medio de todo, el “poder ejecutivo” cuyo titular usurpó el poder de 2013, apoyado en el tribunal supremo de justicia tras el deceso de Hugo Chávez y careciendo además de toda legitimidad, se encuentra acéfalo y no sabemos realmente quién ejerce la Presidencia. Todo el escenario gira en torno al evidente abandono del cargo por parte de Maduro y la asunción indirecta del general en jefe y ministro de la defensa, Vladimir Padrino López. Un hecho gravísimo que parece haber sido ensayado el pasado domingo 24 de julio cuando el propio Maduro se ausentó sin excusa alguna de las solemnes ceremonias del Día de la Armada y el Natalicio de El Libertador.
Si en efecto Padrino López está ejerciendo titularmente como Presidente estaríamos ante el escalofriante escenario de un autogolpe sin que nadie ni nada lo haya impedido o tan siquiera protestado. Escenario que de por sí comprueba lo ya sabido: el chavismo no quiere a Maduro y lo ha echado del poder, pero no está dispuesto a aceptar el punto final que la realidad del país le ha colocado a la revolución. Pero ¿acaso esos son los mismos planes del General-Presidente? ¿O éste está dispuesto a iniciar la entrega del poder previos acuerdos con la dirigencia de la Mesa de la Unidad? No lo sabemos, lo único cierto y frente a lo que debemos actuar es que Maduro abandonó el poder.
Y actuar con mucha sensatez, ejerciendo presión en la calle, sin miedo amparados en el derecho a la rebelión. La Asamblea Nacional no debería vacilar en la declaratoria del abandono del cargo y proceder como la Constitución y las leyes lo mandan. Aunque éstas sean letra muerta no se puede claudicar ni un solo instante.
Respecto al diálogo que el club de expresidentes auspicia en compañía del macabro Ernesto Samper, nada se puede decir nuevo sino repetir de forma incesante que la vía del diálogo está cerrada. La crisis de la República, la inexistencia de interlocutores y la tragedia humanitaria condenaron al diálogo a una muerte prematura. No podemos sentarnos en una mesa sobre los enormes sacrificios, la muerte y la destrucción de Venezuela.
El diálogo sería sólo un tiempo extra para Maduro (o Padrino López) fortalecerse y seguir enmascarando de democracia este narco proyecto fascista y totalitario. Dialogar es ya un sinónimo de más desolación y más daños colaterales para el pueblo.
Sin embargo, la comunidad internacional debe saber que la oposición no se niega a una futura conversación, llena de condiciones, sobre cómo se va a ceder el paso a un nuevo gobierno y cómo serán sometidos a la justicia los responsables de esta desgracia. Para ello se abrirá el espacio de una deliberación racional con toda la sociedad, sembrando los pilares de una nueva República. Tal deliberación no podrá ser, como pretende hacerse ahora, una aventura política de unos expresidentes que sólo han querido participar del sangriento festín al que está sometido nuestro país.
Para garantir el futuro de Venezuela tienen que haber condiciones que reflejen inequívocamente la voluntad y necesidad del pueblo que no espera simples reformas o rectificaciones sino la salida de Maduro y el fin de la revolución chavista porque el tiempo se acabó y debemos reaccionar aquí y ahora.
Robert Gilles Redondo