Los tres colosos latinoamericanos; Venezuela, México y Brasil bendecidos por inmensas riquezas naturales, no han podido convertir sus tesoros en palanca para el desarrollo y la lucha contra la pobreza que padecen la mayoría de sus habitantes. Cada uno ha levantado a lo largo de 100 años, con sus diferencias y matices, 3 corporaciones gigantescas que mientras no fueron el objetivo directo de políticos corruptos, o mientras no se les vio como herramienta financiera para el control del poder del poder político, funcionaron y fueron capaces de ganarse el respeto nacional e internacional.
Venezuela y México a partir de los años 30 a los 70 del siglo pasado, escribieron una historia digna. Se turnaron en diferentes oportunidades el liderazgo de principal productor y exportador mundial de petróleo junto a los EEUU, y Brasil más tarde, mostró al mundo como constituir una empresa petrolera global presente en 24 países, en virtud de no tener reservas en su propio suelo.
Venezuela y México tuvieron que enfrentarse a las poderosas compañías transnacionales para obtener mejores beneficios por la exportación de su crudo. Ambas nacionalizaron sus industrias de hidrocarburos, México en 1938 y Venezuela en 1976, en circunstancias muy distintas pero que las condujo a un mismo objetivo: ser manejadas por su propios nacionales, y no más por extranjeros.
Brasil, buscando como responder a las exigencias energéticas derivadas de su propio grosor, emprendió un camino para proveerse de energía en dos frentes: 1) afuera explorando, procesando y comercializando petróleo; 2) adentro, diversificándose con otras fuentes energéticas y procurando crear las condiciones para atraer las inversiones que le permitieran cazar el petróleo escondido en sus entrañas.
Los años 90 fueron para Brasil y Venezuela especialmente exitosos. Ambos países aprobaron sendos marcos regulatorios que facilitaron entre muchos logros, a Brasil, descubrir respetables yacimientos de petróleo y gas y acercarse al descubrimiento del Presal, hecho alcanzado en 2006 y a Venezuela hacerse con la tecnología y las condiciones para poder explotar la Faja Petrolífera del Orinoco, el yacimiento que más hidrocarburos posee en todo el planeta. Por su parte México cargando con el muy justificado rechazo a las transnacionales, se abriría lentamente a ciertas actividades aguas abajo, en comercialización de gas y algunas actividades en el sector eléctrico.
Mientras las tres empresas evolucionaban, la maldición que una vez hizo que las transnacionales se apropiaran de cerca del 95% de la renta petrolera, fue reapareciendo esta vez de la mano de los propios nacionales. Si los 90 fue la década de gloria para Pdvsa y Petrobras, el nuevo siglo fue el del asalto de la corrupción, la década oscura.
México venía padeciendo mucho antes de este flagelo. Su arquitectura empresarial y sus cuadros gerenciales e incluso sindicales, habían tomado la delantera para escamotearle a los mexicanos los frutos del oro negro.
En Venezuela y Brasil la corrupción se vistió de “paladines de la justicia, de distribuidores de la riqueza”. Aprovechando los altos precios del petróleo y convencidos de que nunca más bajarían, pues se habían extendido más que ningún período anterior, probablemente un hecho irrepetible, recibieron al igual que México cerca de 2 billones de dólares: por ventas directas o aprovechamiento indirecto e interno. Ese océano de dólares bastó no solo para profanar a toda la industria petrolera, sino también para corromper todas las estructuras del poder.
En Venezuela, su empresa estrella Pdvsa que se renqueaba entre las mejores administradas del mundo, pasó a convertirse en un organismo acrítico, inoperante, que multiplicó por 3 su nómina laboral y perdió 1 millón de barriles, luego que el para entonces presidente Chávez, despidió en un criminal genocidio laboral premeditado, a la gran mayoría de sus cuadros gerenciales y ejecutivos, salvo muy contadas excepciones.
Brasil que posicionó a Petrobras como una empresa global con un altísimo nivel tecnológico, fue embestida con más “estilo y finura” pero con el mismo efecto. No despidió a miles de gerentes y ejecutivos, pero si corrompió a un gran número de ellos para asegurarle a Lula y al PT continuidad en el poder.
México que emprendió una reforma energética sin precedentes a partir de 2012, no ha podido zafarse de los estragos de la corrupción, que cada vez la debilitan más.
Lo cierto es que los tres países y sus tres empresas parecen maldecidas; antes por las transnacionales y ahora por los nacionales.
No obstante el fracaso medido por los resultados, en estos 100 años de historia petrolera y gasífera es mucho el aprendizaje acumulado. Tomando lo bueno y lo nuevo que debemos introducir para el rescate, reconstrucción y renovación del sector energético en las tres naciones, mucho hay que debatir y reflexionar. Por eso me permito sugerir algunos puntos que estimo conveniente tomar en consideración para el debate, entre ellos:
1.Creación de un marco legal que establezca un Sistema Energético Nacional (SEN) con autonomía e independencia, con un estatus especial que lo blinde de manipulaciones e interferencias político-partidistas y que garantice estabilidad laboral basada en valores como la excelencia, honestidad, lealtad, compromiso, respeto y responsabilidad, entre otros.
2.Diseño de una política energética consensuada entre amplios sectores y fuerzas políticas, que sitúe al hombre y al medio ambiente como el centro de dicha política.
3.Diseño de una gobernanza democrática y meritocrática en la que estén representados los ciudadanos como legítimos dueños de las riquezas naturales, las instituciones y órganos de control y las empresas, sean públicas o privadas.
4.Diseño de un marco legal que incorpore:
a.-Un sistema de contraloría independiente que exija la declaración jurada de bienes de sus funcionarios y empleados;
b.-Un régimen de licitaciones de obras, público;
c.-Un portal de seguimiento de obras.
d.-Una jurisdicción laboral especial que facilite la evaluación del personal, así como la toma de decisiones sobre quienes deben permanecer en el sector.
e.-Publicación y debate anual en el Parlamento Nacional del estado del SEN.
Naturalmente que los aspectos antes mencionados constituyen solo una pequeña parte del amplio debate que hay que dar sobre el sector energético, particularmente ahora que nos encontramos en pleno proceso de transición hacia las energías limpias. Lo cierto es que si no comenzamos desde ya a sentar los lineamientos, principios y en definitiva el concepto de la empresa que queremos para sus legítimos dueños, las manos de otros decidirán hacerlo por nosotros, de acuerdo a sus mezquinos intereses.