Venezolanos ya no madrugan para coger agua clara, sino para encontrar algo de comer

Venezolanos ya no madrugan para coger agua clara, sino para encontrar algo de comer

José Antonio Alfonzo
Foto: Nota de prensa

El popular centro de acopio capitalino se ha convertido en caja de resonancia de la crisis. El mercado Guaicaipuro, entre las avenidas Andrés Bello y Libertador, en el municipio Libertador, además de ser, por supuesto, uno de los principales centros de acopio capitalinos, era un enclave popular para la tertulia, para la confluencia de los estratos de la sociedad, y termómetro del devenir comunitario, mientras la clientela se abastecía con los productos de la cesta básica.

Hoy, según lo captó Prensa Unidad Venezuela, se ha convertido en otra caja de resonancia de la crisis que estremece al poder adquisitivo de los consumidores, pues ha devenido en perímetro mustio y descongestionado de la añoranza, donde lo que se vende verdaderamente es el recuerdo de mejores tiempos, de épocas cuando el cuerno de la abundancia satisfacía la demanda colectiva.

“Aquí, en la calle, donde quieras, lo que está sufriendo el país es necesidad, calamidad”, manifestó al ser consultado por nuestro equipo el señor Manuel Delgado.





“No consigo café, y si logro, por gracia de Dios, ubicar un kilo, está por el orden de los 6.000 – 7.000 bolívares; no hay tampoco azúcar, pero si encuentro un kilo me viene costando 6.000 – 5.000 bolívares”, enumeró lo que ahora resulta materia de pesadumbre cuando antes, el conseguir tan esenciales artículos de la dieta, avivaba el ánimo.

Desde los puestos de venta, los comerciantes informan que compran en el mercado mayorista de Coche y que todos los días observan precios distintos. El gremio entiende que las cotizaciones son altas pero, lamentablemente, en el eslabón final de la cadena alimentaria llegan a tildarlos de ‘especuladores’ y hasta de ‘ladrones’.

“No puedo comprar carne porque no me alcanza el dinero para los precios que hay aquí, ni pollo ni pescado. En mi casa lo que reina es la tristeza y solo le pido a los venezolanos que trabajemos más y más”, manifestó, antes de soltar una lágrima, sabedor, quizás, de que cualquier sacrificio resultara siempre estéril sino cuenta con una autoridad gubernamental que canalice tanto esfuerzo humano.

Venta de penurias

“La verdad es que estábamos acostumbrados a ir al mercado y conseguir lo que buscábamos”, indicó, con nostalgia, Trina Romero.

Esta dama de la tercera edad también explica, como si rezara un rosario, que “el kilo de arroz lo quieren vender en 2.500 y en 3.000 bolívares”.

Para la declarante hay que tener fe en Dios de que vendrán tiempos mejores, eso sí: arribando a un consenso, a un convenio entre los hombres. “Nadie quiere dar su brazo a torcer. Imagínese si en un hogar el esposo dice una cosa, la esposa le lleva la contraria, y los hijos, a su vez, tienen una tercera posición muy diferente a la de sus progenitores. El núcleo familiar sería ingobernable”, señaló.

Finalmente, José Antonio Alfonzo dice que le alcanzan la carne y las verduras para quince días, porque en su casa son solo su mujer y él. “No obstante, estamos comiendo porciones menores para que rinda lo que adquirimos”, indicó.
Se mostró partidario de un sistema administrativo que depare las mejores políticas para todos los sectores: los empresarios, los comerciantes, los trabajadores, los estudiantes.

“Yo soy solo una persona que se encuentra en la última etapa de su vida y que lo único que pide es que en Venezuela nos pongamos todos de acuerdo”, expresó.

Entretanto, con los tarantines operando a media máquina –casi como, pensamos, los “motores” aquellos -, se experimenta en el ambiente una más que extraña pesada sensación, agobiante.

Muchos ya no madrugan, como antes, para recoger agua clara, sino para hurgar entre las sobras de desayunos en los expendios de empanadas o de arepas, signo de que hasta la imagen agradable de un mercado se desdibuja con la del hambre.

Nota de prensa