Ante la perspectiva inevitable del cambio, se reúnen cívicos y militares rojos para bosquejar trochas en el incierto porvenir de la republiqueta en la que convirtieron Venezuela. Por supuesto, las fuerzas democráticas estarían más que dispuestas a desbrozar el camino para un aterrizaje suave. La salida de Maduro mediante la renuncia -a la cual lo llevarían empujadito sus amigos-debería implicar el cambio de régimen, lo cual envuelvemudanzas en las instituciones del Estado para colocarlas en manos de gente calificada; profesionalización de la Fuerza Armada; libertades y garantías de acuerdo a la Constitución; y elecciones libres, limpias y justas en un período tal que permita la reinstitucionalización del país para que el próximo presidente de la República no se vea al borde de caerse un día sí y otro también.
El diálogo sería una manera de procesar la salida de Maduro, el cambio de régimen, garantías de justicia sin venganza y aceptación de que así como el chavismo no pudo liquidar las fuerzas democráticas en 17 años, tampoco éstas desconocerán la posibilidad de que el chavismo se transforme en una fuerza democrática por sí mismo o a través de sus escisiones como Marea Socialista y otras.
Lo que impide una salida de esta naturaleza es el miedo del núcleo duro del poder rojo. Hay quienes no soportan la idea de, por ejemplo, convertirse en ciudadanos corrientes que toman el Metro, van a los mercados, trabajan cinco días a la semana y otras normalidades. Hay los de los crímenes contra los derechos humanos; los que han incurrido en corrupción, en alianzas con el terrorismo y el narco. Hay los que están petrificados ideológicamente y no conciben salir del poder como no sea en una batalla tipo Stalingrado, contra los marines que estarían a punto de llegar a Caracas vía Galipán, después del exitoso desembarco en Naiguatá. Éstos son los que prefieren la violencia a cualquier salida negociada, democrática y decente.
La salida es inevitable, toca a Maduro escoger cómo será: RR 2016 o chao pescao.