Toda América latina mira hoy con enorme tristeza y dolor a Venezuela. Con una profunda y justificada preocupación por la catástrofe económico-social en la que está sumergida y de la que no podrá salir mientras perdure el mandato de Nicolás Maduro, cabeza de un gobierno inepto, autoritario y corrupto.
Editores del diario La Nación (Argentina)
Sólo la aplicación de un referendo revocatorio, previsto en la Constitución venezolana, podría cambiar ese estado de cosas. La oposición lo impulsa y, como era esperable, el gobierno busca por todos los medios dilatar esa posibilidad, ya que, de producirse este año, debería convocarse a nuevas elecciones presidenciales. Según encuestas, sólo el 7% de los venezolanos cree hoy que Maduro debería seguir gobernando.
Frente a las demoras con las que las autoridades electorales procuran perversamente hacer descarrilar el referendo, la oposición ha convocado a una protesta masiva para el 1º del mes próximo. La convocatoria se ha bautizado “toma de Caracas” y sus organizadores mantienen en secreto los lugares de concentración y el trayecto por recorrer para tratar de evitar que el actual gobierno intente neutralizarla como suele hacer con cualquier tipo de pronunciamiento público en su contra. Ello recuerda a los gobiernos de los Kirchner, que, ante las marchas espontáneas de protesta de la oposición, salían a obstaculizarlas con amenazadoras contramarchas para las que sumaban a grupos y organizaciones afines políticamente o recurrían, sin pudores, a alquilar voluntades.
Maduro y sus Fuerzas Armadas tratarán de impedir esa jornada de protesta. De hecho, ya la calificó como golpe de Estado y advirtió que, de producirse, sería reprimida de una forma incluso más violenta que la registrada en Turquía.
Hay señales muy preocupantes, entre ellas la estampida de venezolanos hacia Colombia para poder adquirir alimentos y medicamentos cada vez que se abre la frontera. Cerca de 150.000 venezolanos de todos los sectores sociales se movilizaron recientemente con ese propósito. Por otro lado, crecen exponencialmente los pedidos de asilo en otros países. Tanto Brasil como Guyana han debido proteger sus fronteras para intentar evitar la llegada masiva de personas. La malaria, que había sido erradicada en 1961, ha regresado a Venezuela. Como si ello fuera poco, el narcotráfico opera activamente desde el país caribeño, infectando a toda la región.
Resulta totalmente justificada, entonces, la alerta del secretario general de las Naciones Unidas respecto de una inminente crisis humanitaria. Ninguna nación debería hacer oídos sordos a este grave llamado de atención.
La Argentina, Brasil y Paraguay están decididos a impedir que un país claramente incapaz de manejarse por sí mismo pretenda presidir el Mercosur. La magnitud de la catástrofe que afecta a Venezuela no puede esperar hasta las próximas elecciones presidenciales de 2018 para ser paliada. Su pueblo está exhausto. Sus libertades han sido cercenadas. Los derechos humanos de los prisioneros políticos siguen sin ser respetados. Las instituciones centrales de la democracia han sido subvertidas.
Seguramente, los venezolanos saldrán masivamente a las calles el próximo 1º de septiembre. Todo ello ante los ojos de un mundo que, desde hace rato, contempla indolente cómo en Venezuela se maltrata y se castiga a todo un pueblo. La hora de las definiciones está cada vez más cerca. En tan delicados momentos, urge que apoyemos a quienes luchan por escapar de una opresión que lastima tan severamente las libertades propias y las del continente.