Este 1 de septiembre se deja entrever como un día de fuerza y unión cívica. No será popular. Será la manifestación de una sociedad, con todas sus letras, colores, nombres y apellidos. El sacrificio que antes se hizo para dar paso a ese “asexuado” ente que se llama el poder popular fue en vano tras diecisiete años de oprobio. Hoy el país –demás está decir- se nos fue de las manos. La sombra sin oxígeno del chavismo, del madurismo o como sea que se llame esa cosa que dicen es una revolución, nos privó de vivir en el país en que el tantas generaciones habían soñado. También se nos secuestró el futuro de los que estamos aquí y ahora caminando hacia el mañana. A diestra y siniestra el apocalipsis parece haberse realizado en la Tierra de Gracia.
El éxito de cualquier plan redentor que pretenda librarnos de este horror debe asumir las verdades amargas que nos han conducido a esto, no de ahora sino desde hace tanto tiempo. Sólo esas verdades nos darán la valentía para salvar a Venezuela. Qué tristeza otorgarles razón a los que profetizaban esto. Qué desespero no entender como echamos a la basura la democracia, la libertad que tanto nos había costado. Y lo que puede ser y es peor, pensar que la indiferencia y el temor de la sociedad, el oportunismo y los intereses personales de algunos que se disfrazan de mesías en medio de la ruina, pueden mantenernos atrapados por tiempo indefinido en este campo de concentración que es Venezuela.
Nada, absolutamente nada, justifica el silencio y la cobardía de tantos. En Venezuela hay niños muriendo de hambre. En Venezuela las personas aguardan su muerte porque no hay medicamentos. En Venezuela la vida vale lo que vale la revolución que empezó Chávez en 1992: nada.
Sin embargo, los lamentos de poco sirven en el trance final. Esta es la misma hora en el que el clarín de la patria llamaba para que cesara el llanto de la madre. Es la misma circunstancia que despertó el coraje sin igual de aquellos “patas en el suelo” que lucharon al lado de Bolívar y de Páez, de Sucre y de Urdaneta en la oligarca revolución de Independencia que inició Caracas cuando echó a Emparan. Es el momento de reivindicar el orgullo nuestro, como individuos, hijos de una tierra mil veces bendita, que tanto miedo infundió en Morillo. La que supo enfrentar la pesadilla de Boves. La que levantó a la generación del 28. La que hizo a la libertad nuevamente aquel 23 de enero. La que se ha negado a morir estos diecisiete años de humillación, de ultraje.
Quisiera sentir más que pensar que el 1 de septiembre no es un día cualquiera, aunque su escritura sea tan insípida. Necesitamos creer con valentía que Venezuela no está sola, que no estamos solos. Ella nos tiene a nosotros, sus hijos. Nosotros nos tenemos a nosotros mismos. Y que el mundo entero deberá aceptar el camino que escojamos.
Y aunque no podemos derrotar la barbarie con más barbarie, debemos reaccionar por que Venezuela necesita ser redimida con urgencia. Sólo nosotros podemos hacerlo. No es fácil, pero quien dijo que salvar a una nación y a su futuro puede ser fácil.
El 1 de septiembre el país entero debe salir a decirles a estos delincuentes que YA BASTA. Que no sólo es injusto, que también es inmerecido esto. Debemos derrotar tanta saña, tanto odio sembrado, tanta inhumanidad. Debemos derrotar a quienes se empeñan en derrotarnos como país. Y serán nuestras calles el escenario. Nuestras calles, insisto.
Vamos. A la calle. Abracémonos. Encontrémonos como venezolanos. Decidamos una vez más nuestro destino y marchemos con rebeldía hacia la libertad. Dios bendiga a Venezuela.