La realización más que exitosa de la llamada Toma de Caracas, permitió reafirmar la contundencia de verdades insoslayables que la historia en general, y la historia contemporánea de Venezuela en particular, han evidenciado para satisfacción de muchos, que son los más, y desconsuelo de otros tantos, que son los menos. La primera de esas verdades, casi que de Perogrullo, es la demostración incuestionable del convencimiento mayoritario de la población venezolana en torno a la necesidad de enviar al traste del pasado las fracasadas prácticas políticas y el empobrecedor modelo económico de la autodenominada revolución bolivariana. El mundo entero que así quiso y pudo verlo, comprobó sin ambages que no sólo Caracas, sino el país completo, está ganado para el cambio impostergable.
La Toma de Caracas reafirmó que dicho cambio puede materializarse cuando se suma con inteligencia y organización, como efectivamente se ha hecho, la suficiente capacidad de convocatoria por parte del liderazgo que lee correctamente las aspiraciones y disposición de la gente y por consiguiente apuesta por la seguridad de construir la masa crítica nucleada sobre la certeza de que las transformaciones democráticas se concretan en las urnas pero se empujan con decisión desde la calle. Decisión infranqueable pese a los cantos agoreros que pretenden confundir alegando que con votos no se derrota al autoritarismo. Cada día es más inútil el juego que estos farsantes e infiltrados, tarifados o no, le hacen al gobierno. Cada día sólo alcanzan a demostrar la íngrima soledad de sus argumentos deleznables y la cobardía que esconden tras el verbo supuestamente encendido, que no es más que tonto palabreo.
La Toma de Caracas reafirmó que los gobiernos se sostienen por el apoyo popular y cuando pierden éste sólo les queda recurrir a la violencia o a la amenaza de la violencia, pero ello es un jabón que se deshace cuando topa con la capacidad disolvente de la valentía de la gente que obliga a comprender a quien está llamado a ejercer la violencia el enorme costo político que deberá pagar si pisotea la ley y se opone al mañana que está cantado. Ningún cuerpo represivo tiene la capacidad ni la locura de arremeter contra cientos de miles engalanando calles y avenidas. Ningún organismo posee los mecanismos para desconocer millones de votos. Nadie es tan torpe para creerse capaz de detener la avalancha de futuro. No hay heroicidad, sólo infamia, en oponerse a la esperanza colectiva. El único héroe es el pueblo cuando decide no callar más lo que piensa, lo que siente, lo que aspira.
Las mentiras, la desinformación, la represión selectiva, el chantaje, la destemplanza del gobierno son y serán insuficientes para desalentar a una población que con constancia ha venido conquistando su derecho a construir un país digno, grande, prospero, sin mezquindades, sin exclusión disfrazada de revolución. Es hermoso escribir la historia, pero más hermoso es hacerla. Con la Toma de Caracas los venezolanos hicimos historia. Hemos aprendido a hacerla. Vamos a seguir haciéndola.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3