Hermano: creo en ti, te sigo, respeto y admiro. Bien sé que en tu noble oficio de político siempre debes dialogar y, de cuando en cuando, te ves obligado a negociar. En verdad, poco me inquieta si lo haces públicamente, de manera privada o en secreto; tú sabrás identificar la modalidad impuesta por la conveniencia y/o la necesidad. Sólo algo te pido cuando te sientes a esa mesa: por favor, no me olvides.
Soy un preso político real, no de esos que medios cobardes o entregados ponen en duda al mentarlos «denominados». No soy de aquellos cuyos nombres encabezan titulares internacionales. Agazapado, sufro y temo infinitamente en medio de un oscuro, atestado y frío calabozo y mi sufrimiento y temor se incrementan por el virtual anonimato en que me encuentro. Mi familia se quiebra de tristeza pues no le alcanzan los medios para alimentarme, ni siquiera para visitarme. Mi día a día transcurre entre el vejamen y el maltrato. La infamia se ceba en mi contra y de ello hay responsables. No me olvides.
Con decoro, solía ser madre soltera, pero ahora estoy sumida en la orfandad pues sólo el desamparo llevo como compañía. El llanto me secó las entrañas y en jirones se me deshizo la esperanza la hora aciaga en que perdí a mi hijito por no encontrar los medicamentos que su enfermedad reclamaba. Pocos recuerdan el nombre de mi bebito. Nadie a ciencia cierta conoce el mío. Nada de eso importa ya. Lo acuciante es la impunidad con que se pavonean los responsables del desabastecimiento que trajo consigo mi desgracia. No me olvides.
Soy uno más entre cientos de estudiantes dispersados con perdigones y «gas del bueno» a lo largo y ancho de la patria. En teoría, me protege el derecho constitucional a protestar en las calles para que el mundo escuche mi negativa a conformarme con el futuro trastocado en incertidumbre. No podrás individualizarme: perdí el carné en la huida. Lo que sí puedes hacer es acusar por mí a los responsables de pisotear desvergonzadamente la Constitución cada vez que con saña me reprimen. No me olvides.
Soy un anciano sumado al inmenso conjunto que los opinantes refieren como ciudadanos de a pie. Supongo que es porque ellos no son como yo y levitan. Con el cansancio de mis años a cuestas me he mimetizado una y mil veces en las marchas y concentraciones que has convocado; ésas que a la larga te dieron la fuerza que ahora muestras como aval de la negociación que emprendes. Con resignación asumo que para mí es muy corto el mañana. Empero, lo sueño enorme para mis nietos. Lo triste es que el desaliento me acogota cuando siento la angustia de sus padres por no encontrarles alimento. Tú conoces a los responsables de esa tristeza. Son los que se burlan de todos nosotros al negar las colas en cadena nacional. No me olvides.
En fin, quisiera ser alguien pero puedo terminar siendo nadie. Depende de cómo me valores. Cuando te sientes a negociar con los que esperas desplazar y plantees como entrada de la discusión tu punto máximo esperado y tu mínima frontera aceptable, ojalá quepa yo en esa franja. Recuerda a los responsables de tanta tragedia. Parafraseando a León Gieco, sólo te pido que mi dolor no te sea indiferente. Por favor, no me olvides.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3