Cuando veo estas cosas, pienso en los perseguidos políticos de mi país -y no los nombro porque la lista es larga y alguno se me puede quedar fuera y también algún pillo estafador disfrazado de perseguido se me puede colear-. Veo el monumento dedicado a los judíos en Berlín, hecho con bloques de hormigón para rescatar el respeto a la diversidad y a las diferencias propias del ser humano y me resulta increíble que a estas alturas al ser humano le cueste tanto, después de tan amargas experiencias entender la democracia y la libertad.
Cuando pienso en nuestros perseguidos políticos, los que hoy viven cárcel, maltratos y torturas me pregunto cuántos monumentos tendremos que hacer como los que tiene esta ciudad para no olvidar las atrocidades y para evitar que ellas vuelvan a repetirse. Creo que los seres humanos deberíamos vivir entre memoriales que nos recuerden todas las metidas de pata de nuestros antepasados porque las repetimos con insólita frecuencia.
Cuando uno intenta pensar a Venezuela en la distancia y sobre todo tratar de explicarla a los que no conocen bien las dimensiones de esta pesadilla, cuando comer te hace sentir culpable porque sabes que en tu tierra se pasa hambre, es inevitable terminar en un hondo ¿por qué? ¿Por qué este anhelo de fracaso en una tierra dotada por la providencia con todas las posibilidades para una vida abundante y feliz? ¿Qué clase de absurda ganancia puede haber detrás de la destrucción de la propia patria? ¿Qué insólito afán hace que alguien quiera mantenerse absurdamente en el poder contra la voluntad del 80% de la población? ¿Por qué un organismo cuya misión es lograr que el pueblo exprese su opinión se convierte en el principal obstáculo de la democracia?
Cuando caigo en cuenta de que son 18 años, una generación extraviada de jóvenes ausentes, de abuelos sin nietos, me provoca tirar la toalla, siento que la democracia es muy endeble cuando los no democráticos la usan justamente para desmontarla. Pero es una trampa creer por ello que la democracia no funciona. Es el único método razonable que el hombre se ha inventado hasta hoy para cambiar gobiernos, pero requiere elevar la condición cultural de los pueblos, porque la demagogia, que es su perversion, también es un antiguo invento griego.
En esos momentos duros de desánimo recuerdo que el desaliento es el arma preferida del demonio: hacerte creer que nada de lo que haces vale la pena y que tus buenas acciones y tu apuesta a la esperanza son vanas. Es ahí cuando me digo: si no tiré la toalla cuando formaba parte de la minoría que perdía siempre y me la calé, por qué voy a abandonar ahora, justamente cuando estamos ganando, aunque la sensación generalizada sea otra. Que el CNE me va a pedir la huella de los 11 dedos, sí.
Como dice Luis Vicente León: ¿cabía esperar otra cosa? No. ¿Vendrán cosas peores? Sin duda. No sé si voy a ver a Venezuela libre, muchos de los que murieron en La Rotunda o en Guasina no la vieron, pero lucharon por ella. Yo voy a seguir, por los que están presos, saldré pacíficamente las veces que pueda y pondré la huella de todos los dedos y hasta de los rayos mi sufijo nominativo, si es menester. Contra la fuerza de la mayoría no se puede, no solo cuando los pueblos se equivocan, sino también – y muy especialmente- cuando deciden tomar el camino de la democracia, el bien y la virtud, el único que ofrece una paz perdurable..
Yon Goicoechea se fue a estudiar, a prepararse para la construcción de una Venezuela mejor de democracia, progreso y libertad. Regresó a luchar por su país y eso en estos tiempos constituye un delito. Vaya con él nuestro mensaje de apoyo y esperanza a todos los presos políticos del país.