Sería como en el año 1000 a.C. cuando el Rey David, cargando con el Arca de la Alianza dentro de una tienda de lino la colocó en la explanada de Moriá de Jerusalén. El Arca y las Tablas de los 10 Mandamientos escritos por Moisés, estaban resguardas en ese tabernáculo que ahora se asentaba en el Sinaí. No pudo David construir un Templo, el propio Yahvé le hizo saber a través del profeta Natán, que no necesitaba casa para satisfacer su vanidad, la de David, pues su casa era el cosmos. Yo creo que no se lo permitió por aquella jugarreta que le haría a uno de sus generales para quedarse con su bella y sensual mujer. “Tu hijo, al que pondré en tu lugar sobre tu trono, será quien construya el Templo a mi Nombre” (Reyes I. 5,19). Así que en la meseta se quedó el Tabernáculo donde los sacerdotes esparcían incienso y oraciones.
Lo hizo su hijo, el que tendría con Betsabé la mujer de Urías, Salomón, a quién desde los confines de la tierra se le presentó la bellísima Reina de Sabá para conocer al Rey Sabio, y ofrendarle piedras preciosas, perfumes, marfil, aceites aromáticos, oro, plata, y su propia humanidad. Tal fue la fama del Rey de Israel y Judá a quien le tocó construir el Primer Templo de Jerusalén para alabar a Yahvé, por allá en el año 960 a.C, en el mismo monte donde se encontraba el improvisado Tabernáculo.
¡Y vaya que lo construyó! Con piedras talladas en la propia cantera, maderas de ciprés y cedro provenientes del Líbano, columnas recubiertas de oro y plata talladas con querubines alados, palmeras, capullos, y capiteles de bronce. Así deslumbró hasta que en el 587 a.C. los babilonios de Nabucodonosor II tomaran Jerusalén y lo destruyeran. Por poco tiempo, porque en el 516 a.C. el persa Darío el Grande les permitió regresar a sus tierras, bajo el liderazgo del judío Zorobabel, y les ayudó a reconstruir su Templo en el mismo lugar donde se encontraba.
Ese Segundo Templo fue rescatado por los Macabeos de manos de los ocupantes griegos en el 165 a.C. y desde entonces arde la lámpara de nueve brazos. Y en ese Templo fue presentado el niño Jesús ante el sacerdote, tal como manda la Ley Judía; y Herodes el Grande construyó un muro que hoy se conoce como el Muro de los Lamentos. Y ese fue el Templo que en el año 70 d.C. las huestes de Tito saquearon y destruyeron bajo las ordenes de Adriano, harto de las rebeliones judías.
Solo fue en el año 637 de nuestra era que se hicieron presente en Jerusalén los musulmanes, tomada por la fuerza de las armas en las primeras oleadas de la expansión árabe. Atrás quedó la gesta de Abraham, Jacob, Saúl, Deborah, Raquel, Esther, las danzas, glorias y amores de David, la sabiduría y esplendor de Salomón, Isaías, Elías, los Macabeos, Juan el Bautista, Jesús, María, Pedro, Magdalena, Santiago.
En 1948 la ONU decidió dividir la antigua Israel en dos estados, y quiso que Jerusalén fuese una ciudad internacional, el centro del culto de tres religiones: judía, cristiana y musulmana. No obstante, el pasado 14 de octubre, el Consejo Directivo de la Unesco decidió que El Monte del Templo, donde se encuentra la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca (705 d.C) fuese lugar exclusivo del culto musulmán. Acabando con tres mil años de historia, y negando los vínculos de judíos y cristianos con la Explanada.
Ban Ki-Moon, Secretario General de la ONU, Michael Worbs e Irina Bukova Presidente y Directora General de la Unesco han expresado su desacuerdo con este madrugonazo. Pero uno se pregunta ¿no son ellos acaso, los máximos representantes de la Organización que reta al mundo y a la razón?
A pesar que México destituyó a su embajador por su voto temerario, hubo una conspiración del mundo musulmán y antioccidental que surtió efecto. Y es evidente que la Unesco pasa a magnificar el terrorismo, para convertirse literalmente en una agencia del Califato Islámico.