En cada crisis mayor de una democracia moderna aparece un caudillo mesiánico (no importa si de derecha o izquierda) prometiendo redimir TODOS los males. Él lo sabe todo sin conocer nada y su sola voluntad cambiará el curso de las cosas. Dice “créanme” para sustituir el conocimiento, insulta lo hecho hasta entonces y lanza invocaciones mágicas asegurando que con él todo va a cambiar.
Hitler apareció en Alemania después de la democracia del Weimar, Mussolini en Italia después del presidencialismo; en la izquierda, Hugo Chávez emerge después de la democracia de Punto Fijo y Evo Morales después del neoliberalismo boliviano: todos salvadores de una “democracia corrupta”. Los republicanos, al no adaptarse al EEUU multicultural creado por la revolución de Derechos Civiles, de los años 60, debilita medularmente a esa poderosa unidad democrática norteamericana llamada el bipartidismo político, hiriendo a todo el sistema. En estas circunstancias, es puntual que aparezca un caudillo mesiánico. Trump, no es de derecha ni de izquierda, es un redentor, un ultraconservador que destruirá todo lo avanzado para crear un pasado que se ajuste a su alucinación. Así fue en TODOS los casos donde triunfó un caudillo mesiánico.
El voto escondido en estos casos es muy alto. Si gana Trump será el fin de Norteamérica como vanguardia de la modernidad, como potencia civilizatoria, pues en lugar de correr hacia el futuro se encuevará, por primera vez, en el pasado. China y Rusia guiarán entonces al mundo.