Desde la irrupción de Podemos en el escenario de la política española en el año 2014, cuando obtiene sus primeros representantes en el Parlamento europeo, hasta ahora, nada es igual, ni en los debates parlamentarios, ni en las relaciones entre partidos, ni en la calle.
Aparte de volverse menos monótono, algo más ha cambiado en el discurso político, subido de tono, más arrogante y altanero, más incendiario y extravagante, con ese vocabulario de mediados del siglo pasado referido a la “casta”, que en Venezuela llaman burguesía u oligarquía; al régimen del 78, que en Venezuela tendría su equivalente en el “Pacto de Punto Fijo”; a los excluidos, que aquí se conocen también como marginados, a la violencia del estado, que en Venezuela, por supuesto, no existe, y a las mafias partidistas, las cuales, en Venezuela, no volverán. Eso, además, de las “puertas giratorias”, originalidad del señor Iglesias, desconocida por el chavismo para referirse a expresidentes y políticos trabajando para la empresa privada.
Todo un esquema de clichés que hizo que el expresidente de PSOE e ícono del socialismo español Alfonso Guerra, haya dicho, refiriéndose específicamente al lenguaje utilizado por la dirigencia de Podemos, así como a sus formas de argumentar y a los criterios usados para rotular determinados temas, que le recordaba a los empleados en los años 30, del siglo pasado, por los fascistas y los estalinistas.
Son los “enfant terrible” de la política española que han traído con ellos, adicionalmente al leguaje “renovador”, la puesta en escena de colectivos, con máscaras además de pancartas, para denunciar al sistema, y que ya fueron probados con el boicot efectuado, con todo éxito, contra el otro emblema del socialismo español y europeo Felpe González, hace unos días, cuando se disponía a dar un discurso en la Universidad Autónoma de Madrid. Los mismos colectivos que también acaban de rodear el edificio sede de las Cortes, en protesta a la “ilegitima” investidura del señor Rajoy; aunque no tenga nada de ilegal ni de ilegitima.
Una puesta en escena la de “Rodea el Congreso”, evocadora de aquella otra llevada a cabo, también hace unos días, en el hemiciclo de la Asamblea Nacional venezolana, por una bandada de personas, con violencia y alguna que otra arma incluida, para interrumpir el debate de los diputados opositores sobre la crítica situación que vive Venezuela. Y al igual que ocurrió aquí, en donde el alto dirigente del PSUV y alcalde del municipio Libertador, Jorge Rodríguez, hizo acto de presencia para “charlar” con integrantes de la turba que había ingresado abruptamente a la Asamblea Nacional; en España, el señor Errejón, defendía la posibilidad de acercarse solamente a “saludar” a los grupos que cercarían el edificio de las Cortes el día de la investidura de Rajoy.
Y seguramente surgirán en el futuro otras aproximaciones o similitudes en la política española, que nos confundirán al punto de no saber si estamos oyendo a un “chavista” o aun “Iglesista”, como por ejemplo, que se comience a hablar de Asambleas Constituyentes y reformas constitucionales, algo que se hace internamente en los cónclaves de Podemos pero que aún no ha salido a la calle; se ataque directamente al sistema judicial, porque se van a necesitar, cuando Podemos alcance el poder, sentencias revolucionarias, tipo TSJ venezolano, que suspendan el ejercicio de los derechos constitucionales, e incluso dictaminen, si es necesario, la nacionalidad del presidente.
Son las “fuerzas progresistas del cambio”, “de la regeneración democrática”, como se autodenominan. Una etiqueta, si se quiere, de pretensiones moderadas; quizás algo tímida aun, frente a la calificación de “revolucionarios” que los socialistas del chavismo exhiben desde Venezuela, frente al mundo.
No estoy seguro, pero quizás sea porque la monarquía aún los inhibe, o piensen que el pueblo español aún no está preparado para semejante cambio, o que sean ellos mismos quienes no lo están, que los dirigentes de Podemos, situados a la izquierda de la izquierda, no se han atrevido, todavía, a dar ese gran salto a la revolución y declararse auténticos revolucionarios.
O tal vez solo sea una simple estrategia, para no parecerse demasiado al chavismo venezolano. Aunque esto último es muy difícil de ocultar, por no decir que imposible.
@xlmlf