Dice Briceño-Iragorry que lo que somos reclama un examen exhaustivo de lo que fuimos. Alan Moore, en cambio, cree que es más determinante lo que no somos a la hora de mirarnos al espejo. De manera que lo que somos es, en realidad, lo que nunca hemos sido. Y esto podría, por desgracia, ser lo único que explique el infierno de falsedades y repeticiones que es este cautiverio de sometimiento y expoliación que estamos padeciendo.
El presente, este presente nuestro, no es continuidad de nada en el pasado. El régimen “venezolano” se sostiene mediante mecanismos ajenos entre nosotros, remasterizados a lo largo de la historia universal, que profundizan ese “perfil” de lo que no somos: La falsificación y simulación institucional, el vaciamiento de los significados del lenguaje cotidiano y político, la atroz propaganda que recurre a quiméricos razonamientos y a la aceptación dogmática de contradicciones discursivas y hasta de hechos, que no solo preservan el poder de forajidos vestidos de estadistas, sino que además provocan el desaliento y la postración en una gran masa de ciudadanos. Y esto es más efectivo que la cárcel o la censura.
Bajo esta premisa perversa, el régimen “defiende” a un pueblo que lo adversa, protege a una constitución que no puede acatar porque lo perdería todo, y “lucha” por una democracia que ha desmantelado progresivamente. Y con estas estratagemas tan simples para los observadores y analistas de la política, el régimen ha logrado evadir las consecuencias de un auténtico escrutinio internacional. No obstante, estos juegos de prestidigitación diplomática bastante efectivos, no solo demuestran la astucia delincuencial de estos revolucionarios, sino también las debilidades e “ingenuidades” de los organismos internacionales (y/o personalidades relevantes) a la hora de vigilar y enfrentar gobiernos absolutamente antidemocráticos y depredadores.
No sé qué pasará en las próximas horas, pero dejarnos abatir es nuestro peor escenario.
@EldoctorNo