Una de las principales víctimas de la polarización política extrema es la voluntad de escucha. Atrincherados en sus posiciones, las partes abandonan la conversación ciudadana y se entregan a la dinámica, más cómoda, de las solidaridades automáticas, los ataques ad-hominem y la impermeabilidad ante el reclamo.
Por Daniel Fermín Álvarez en Politika Ucab
Así, queda sacrificada la crítica ante el altar de la homogenización y la mentalidad de ellos-contra-nosotros. Comienzan los debates sobre la “conveniencia” y el “timing” de planteamientos que muestren el mínimo disenso, supuestamente velando por el “bien mayor” que, seguramente, una vez logrado (después, siempre después), hará posible un retorno de la dinámica democrática. Todo un chantaje.
Por supuesto, hay críticas de críticas, desde la crítica mezquina y necia, hasta la más constructiva. El liderazgo político debe siempre estar abierto a la crítica, ya que se debe al público y a ese público debe siempre responder. Algo pasa cuando la crítica es respondida con descalificaciones, cuando es fácilmente descartada como algo inválido. A esa dinámica nos tiene acostumbrado el bloque de poder desde hace casi dos décadas. Ante la crítica, mal podría el liderazgo democrático contagiarse y coger malas mañas.
El régimen chavista ha sido todo lo contrario a lo que se conoce como un gobierno responsivo. Siempre presto a una excusa, a un ataque, el gobierno que controla todo no se hace responsable de nada. El proceso de diálogo iniciado en días pasados ha devenido en críticas, unas justas, otras no tanto, para la opositora Mesa de la Unidad Democrática. “Guerreros del teclado”, “radicales”, y especies afines han sido parte de la respuesta de algunos voceros cuya reacción ante la crítica y el disenso deja mucho que desear y genera, con razón, suspicacias acerca del tono del liderazgo. “Si así son en la oposición ¡cómo serán cuando sean gobierno!”…
La política es el arte de la prudencia, se ha dicho mil veces. El temperamento de la dirigencia debe ser representativo de los valores políticos y democráticos. Esto es especialmente cierto en tiempos de turbulencia y crispación como los actuales. De modo que no, no será “después” cuando nuestros líderes deban demostrar su talante democrático, sino justamente ahora, cuando los déficit de democracia se sienten en cada rincón. Y esto adquiere mayor importancia en los tiempos que corren, cuando ya el liderazgo no se concibe como el arte de mandar, sino el de saber escuchar, interpretar, representar y guiar las aspiraciones colectivas.
Diálogo o no diálogo, calle o no calle. Referéndum o 2018, desobediencia o cohabitación. Las posturas son múltiples, las críticas también. Escuchar la crítica es un ejercicio poderoso y valiosísimo de democracia, que no implica claudicar en las posiciones propias. Pero cerrarse a la crítica, descalificando y deshumanizando al disidente, es todo lo contrario a democracia y, francamente, es todo lo contrario a liderazgo en el mundo de hoy.
Los venezolanos necesitamos más y mejor democracia. En nuestro gobierno, en nuestros partidos, en nuestra sociedad civil, en nuestros espacios compartidos. Y esa democracia viene de la mano de la amplitud de criterios, de la capacidad de escuchar al pueblo en lo que le gusta y en lo que no le gusta, y en la pedagogía política que tenga la dirigencia para responder, sin ofensas, a la divergencia de pareceres. Escuchar, rectificar donde haya que hacerlo, insistir en las convicciones sin prepotencia ni violencia. Esa es la actitud de los demócratas ante la crítica.