La semana pasada presidí, rector titular que soy, la graduación en la Universidad Tecnológica del Centro de 412 nuevos profesionales.
Los Master, Especialistas, Ingenieros, Licenciados y TSU, egresaron de una de las instituciones universitarias más exigentes del país, clasificada como A por los organismos reguladores.
Son muy altos los requerimientos para convertirse en profesional de UNITEC. Junto con la Simón Bolívar y la Metropolitana es de las que para lograr un título no es suficiente diez –todo graduado debe alcanzar un índice académico no menor de 14 y adicionalmente mostrar suficiencia en inglés-.y al pensum ordinario se suman factores de aprendizaje inducido y proyectos desde el primer día de clases que hace tan competitivos a nuestros profesionales. La educación es por competencias y con un alto contenido de virtualidad.
En UNITEC no creemos en la mediocridad y no formamos para un empleíto. Nuestros jóvenes son exitosos en Venezuela y el mundo. Nada más el año pasado, el mejor ingeniero de la agencia aeroespacial estadounidense NASA fue un egresado de UNITEC y en varias ocasiones muchachos salidos de nuestros campus han sido calificados como de los mejores gerentes de Latinoamérica.
Me correspondió otorgar varios cumlaudes y fue de gran satisfacción que la casi totalidad a mujeres. Es una constante en los años de mi vida académica; los premios a los mejores desempeños los acumulan las mujeres. Sé que no hay nada que sustente afirmar que las mujeres son más inteligentes que los hombres pero en las Universidades con las cuales laboro –aquí en Venezuela y en el extranjero- los resultados muestran que por lo menos son más aplicadas.
Escudriñé cada rostro frente a mí cuando impuse las medallas de grado; ojos limpios, caras frescas, desbordantes de entusiasmo y orgullosos del logro alcanzado. Jóvenes que quisiera tener cualquier país para hacerse grande. Jóvenes que merecen las mejores oportunidades para crecer personal e intelectualmente. Jóvenes que hacen mucha falta para el mejor futuro de Venezuela.
Luego, en medio de mi discurso, rompí la formalidad, y pregunté a los graduados, en un auditorio copado de ellos y sus familiares:
“¿Quiénes de ustedes si pudieran irse mañana del país, se marcharía?”
Fue dolorosa la respuesta. Todos, todos sin excepción levantaron la mano.
Es mucho lo que urge hacer para evitar que nuestros jóvenes emigren. La fuga de talentos es hoy un gravísimo problema que se ignora: Se estima en casi un millón ochocientos mil venezolanos los que en los últimos años se han marchado a buscar fuera lo que no consiguen dentro; casi todos jóvenes, casi todos profesionales.
Son tantas las aristas del drama venezolano –la inseguridad, el desabastecimiento que es hambre, la carestía de la vida, los pésimos servicios públicos entre otras- que el que los muchachos quieran largarse pudiera parecer irrelevante. Pero no lo es, y mucho: nuestros jóvenes merecen una Venezuela distinta y por ello luchamos.