Aquiles Esté: El legado de Fidel Castro en Venezuela

Aquiles Esté: El legado de Fidel Castro en Venezuela

HIJO DE FIDEL CASTRO VISITA CUARTEL DE LA MONTAÑA EN CARACAS

 

La lucha por establecer la modernidad política y económica en Latinoamérica está inevitablemente determinada por la confrontación con la revolución cubana. Sin embargo, en pocos lugares del continente la influencia del castrismo ha sido tan profunda, paradójica y duradera como en Venezuela.





Es éste, un aspecto del proceso venezolano que ha sido ignorado por muchos políticos, analistas e historiadores jóvenes que no vivieron los años fundacionales de la democracia en Venezuela o que simplemente, son todavía tributarios del pensamiento colectivista latinoamericano. Estos, no tuvieron la honestidad intelectual de denunciar con nitidez al castrismo como lo que es, la ruina moral y económica de dos generaciones enteras. A otros, nos tomó por sorpresa el tener que referenciarnos ante una fuerza que jurábamos superada. Nunca imaginamos que tendríamos que enfrentar, en pleno siglo XXI , a un esperpento tan atrasado como el comunismo.

No queremos decir aquí que el castrismo es el único determinante en la debacle de la democracia venezolana. Pero si podemos afirmar que es un aspecto que las nuevas generaciones han despreciado o en todo caso comprendido muy tardíamente, ahora que el colectivismo se enseñorea en Venezuela, con su herencia de pobreza, degradación espiritual, megalomanía política y estatismo mafioso.

El hecho cierto es que la democracia venezolana nace en conflicto directo con el régimen cubano y en esa misma medida también perece. Ya habrá de resurgir. Nadie en este minuto puede garantizar cuándo, ni cómo, pero sí se puede indicar el porqué: los venezolanos fueron los primeros en el continente en conocer las bondades de una democracia funcional, y esa es una cultura que ha sido y será determinante para volver a derrotar al castrismo, una vez más y tal vez, para siempre.

Es una convicción que la reconquista de la democracia en Venezuela pasa por entender un arco histórico que aún no se cierra y que se inicia tan pronto llega Fidel Castro al poder en enero de 1959. Por su valor estratégico como punta geográfica de Suramérica y su caudal petrolero, Venezuela fue siempre vista por los Castro como una conquista imprescindible en la ruta hacia la “revolución continental”. Además, cuenta el hecho de que la democracia betancourista se alza en Venezuela como un faro doctrinario en contra de toda pretensión dictatorial, sea ésta de izquierda o de derecha, lo que incluye a la lucha histórica contra el personalismo político en el continente. En ese sentido, Venezuela no resultaba apenas un objetivo financiero sino un enemigo filosófico.

No sorprende entonces que Venezuela sea el primer país del mundo que Fidel visita luego de su entrada triunfal en la Habana. A apenas dos semanas del descenso de la Sierra Maestra, llega Fidel a Caracas, un 23 de enero, en la fecha mítica que marca el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y el inicio de la democracia en Venezuela.

Ese día pronuncia Fidel un discurso en la Plaza del Silencio, el lugar que emblematiza las últimas luchas populares contra la dictadura y de allí se dirige a la Universidad Central de Venezuela. Castro, hay que decirlo, atrapó tempranamente la energía psíquica de la juventud latinoamericana y en pocos lugares ese embrujo fue tan cautivante como en Venezuela.

En el Aula Magna de la UCV, para entonces la sala de conciertos más moderna y bella del continente, Castro se encuentra con una multitud frenética. Tiene a su lado a Pablo Neruda, quien recita el Canto a Bolívar. La audiencia enloquece mientras se recauda dinero que los asistentes depositan en la gorra misma del Comandante. Muchos de los que allí estaban, serían más tarde guerrilleros alzados contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, funcionarios del segundo gobierno de Rafael Caldera y ministros de la era chavista.

Un año más tarde Neruda publica la Canción de Gesta: un panegírico pastoso dedicado a un ególatra delirante que ya había colocado su imagen en el papel moneda cubano, concretamente, en el billete de un peso. Se daba así inicio a una de las megalomanías más teatrales del siglo XX.

Fidel, Fidel, -redacta Neruda- los pueblos te agradecen…
…representas todo el honor de nuestra lucha larga,
y si cayera Cuba caeríamos
y vendríamos para levantarla,
y si florece con todas sus flores
florecerá con nuestra propia savia.
Y si se atreven a tocar la frente de Cuba por tus manos liberada
encontrarán los puños de los pueblos,
sacaremos las armas enterradas:
la sangre y el orgullo acudirán a defender a Cuba bien amada.

Dos días después, el 25 de enero, tiene lugar la consabida reunión entre Fidel y Rómulo Betancourt, un encuentro que habría de determinar la historia política de América Latina durante toda la segunda mitad del siglo XX. Los historiadores no cuentan con una relación detallada de lo discutido entre ambos líderes, sin embargo, sabemos que duró algo más de cinco horas y que estuvo signada por un ambiente tenso. No podía ser de otra manera. Betancourt sabía quien era Castro. Diez años atrás, Fidel aterriza en Bogotá para participar de la sesión constitutiva de la Organización de Estados Americanos. Su estadía la costea Juan Domingo Perón, el abuelo de los megalómanos latinoamericanos. Perón siente empatía por Castro, quien para entonces, estaba más cercano de Ramiro Ledesma Ramos y Mussolini que de Marx y Lenin. De regreso el hombre hace escala en Caracas, aspirando a reunirse con el presidente Rómulo Gallegos y con el propio Betancourt, pero ninguno de los dos lo recibe.

Así es que Rómulo no se engaña ni se deja marear por la retórica edulcorada de los primeros meses de la Revolución, que para ese entonces insistía en publicitar su origen popular y democrático. En el encuentro Fidel propone la creación de un eje antiimperialista, dotado del apoyo ideológico, energético y financiero del gobierno venezolano. Rómulo es un muro. Ni una sola gota de petróleo venezolano iría a parar a Cuba.

Castro comprende en ese instante que del Betancourt marxista no queda nada. Recordemos que Rómulo había llegado a ser Secretario General del Partido Comunista de Costa Rica veinte años atrás. No obstante Rómulo es específico en hacer ver que su interés también es regional y que no es otro que el de sembrar al hemisferio de democracias liberales, con independencia de poderes y mandatos limitados de los gobernantes.

El encontronazo es frontal y la enemistad explícita. Castro calcula entonces que a Venezuela la habrá de doblegar por las armas o de lo contrario tendrá que renunciar a su anhelado dominio continental. Cuenta para ello con no pocos activos ya presentes en suelo venezolano: el movimiento estudiantil, de donde saldrían la mayoría de los líderes guerrilleros enfrentados a la democracia. La presencia de un ala marxista, dentro de Acción Democrática, el propio partido de Betancourt, y además, un sector minoritario de las Fuerzas Armadas.

Fidel Castro no sólo armó y financió a un ejército insurgente que enfrentarían los dos primeros presidentes de la democracia-civil venezolana, sino que llegó al extremo de invadir a Venezuela por las costas del Estado Miranda en mayo de 1967. La incursión contó con la presencia de una docena de guerrilleros cubanos y venezolanos entre los que se encontraba Fernando Soto Rojas. Éste, convertido más tarde en brujo retornado, llegó a hacerse 40 años después de la presidencia del parlamento venezolano. En ese ínterin, se permitió inaugurar en la parroquia del 23 de enero, en pleno corazón de Caracas, una estatua en homenaje a Manuel Marulanda, el guerrillero más psicopático de Occidente. No hay delirio semejante en ningún otro lugar del mundo.

Hacia finales de los años sesenta, Castro es derrotado en Venezuela en casi todos los niveles. En el plano diplomático, militar, e incluso en el plano electoral. Betancourt consiguió tempranamente expulsar a Cuba de la OEA y aislar la influencia de la revolución, lo que ayudaría al lento ascenso de las democracias de partidos en el continente. Sin embargo, hay un ámbito de la acción política por donde se cuela el tirano, el ámbito ideológico. Durante toda la historia de la democracia venezolana, el castrismo ha sabido establecer su impronta en los más variados aparatos de amplificación ideológica de la vida venezolana, vale decir, en las universidades, en los medios de comunicación, en las instituciones culturales e incluso, en los partidos políticos venezolanos, casi todos de centro izquierda.
“Solo la muerte de Betancourt –explica Antonio Sánchez García- permitió la insolente presencia de Fidel Castro (en Venezuela) y su rumbosa y provocadora comitiva en los fastos de lo que la prensa opositora dio en llamar “la coronación” de Carlos Andrés Pérez (la toma de posesión de su segundo mandato). Si hubiera visto (Betancourt) la conmoción que la presencia del monarca cubano provocó entre famosos y connotados periodistas, fotógrafos, camarógrafos, artistas, académicos –800 de ellos le dedicaron una ominosa apología–, políticos, empresarios y banqueros, hubiera vuelto a morirse. El motín con el que la barbarie asomara sus garras a pocos días de esa coronación en el escenario de la futura tragedia venezolana hubiera más que justificado sus odios, rencores y aprehensiones. Al perder la singladura betancourista, la sociedad venezolana había perdido sus más poderosas armas de defensa política e ideológica contra el castrocomunismo. El precio ha sido espantoso. Y aún no lo conocemos.”
Efectivamente, por entre los resquicios de las Fuerzas Armadas renacería al poco tiempo la ilusión guevarista, de manos de un teniente desconocido, Hugo Chávez, un desvarío histórico cuyos efectos en la economía, la dignidad y la política venezolanas han sido y son devastadores. El que hubiera sido un gran país, a la cabeza de la América Hispana es, en este minuto una nación de vida precaria, hermética y aislada. Venezuela importa el 80% del alimento que consume, Caracas, la capital, se cuenta entre las ciudadades más caras, desabastecidas y peligrosas del mundo. En el sector salud se reporta la reaparición de endemias que habían sido erradicadas hace décadas y Venezuela es una casa fracturada, enconada y autodestructiva. La gran conquista económica del chavismo es la destrucción de PDVSA y la pérdida del rol estabilizador del petróleo, habida cuenta del cambio mundial en el patrón de producción energético que ha llevado a que naciones como Estados Unidos, sean hoy francos exportadores de hidrocarburos. Venezuela dejó pasar, gracias a su estrambótico líder y la complicidad de unas élites frívolas e irresponsables, el último boom petrolero de su historia.
Para colmo de males, puede decirse que Venezuela es hoy un país dominado. Todas las decisiones importantes de la nación se toman en la Habana, desde el precio del dólar hasta el criterio para establecer quien debe ir preso entre la gama de disidentes que no aceptan ni la mediocridad chavista ni la dominación cubana, que incluye un subsidio anual de 3.6 billones de dólares como promedio.
Podemos admitir que en determinado momento, el uso clientelar y sesgado de los dineros públicos permitió que unos ocho millones de pobres vieran mejorías en sus condiciones de vida. Pero eso sólo se verificó durante la primera década del chavismo. Hoy, todas esa “conquistas” se han esfumado tras el primer resfriado de la economía y la carencia de ideas y liderazgo del sucesor de Chávez, Nicolas Maduro. Pero no nos adelantemos.
Como todos saben, Hugo Chávez se levantó contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Lo hizo, para sorpresa del mundo, de la manera más tradicional posible, por vía de una asonada militar. Fracasó, fue a prisión y tan pronto salió de la cárcel, hizo acto de presencia en Cuba en 1994. En el aeropuerto es recibido por el mismísimo Fidel a quién Chávez le dice, “Comandante, yo no merezco este honor, aspiro merecerlo algún día en los meses y los años por venir.” Horas más tarde, en un discurso en la Universidad de la Habana, Chávez confiesa que el alzamiento de 1992 se realizó pensando específicamente en empalmar la revolución venezolana con la cubana. “… esta es la primera que vengo a Cuba –dice el teniente coronel- pero en sueños ya habían venido a Cuba los soldados bolivarianos que desde hace años habíamos decidido entregarnos a un proyecto revolucionario… Algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los brazos y en condiciones de mútuamente alimentarnos en un proyecto revolucionario latinoamericano … en ese camino andamos… como el viento tras esa semilla que aquí cayó un día y que aquí en terreno fértil retoñó y se levanta como lo que siempre hemos dicho… en el mismo ejército venezolano, incluso antes de ser soldados insurrectos, …en los salones de las escuelas militares de Venezuela: Cuba es un bastión de la dignidad latinoamericana y como tal hay que verla y como tal hay que seguirla y como tal hay que alimentarla.”
Fidel de inmediato vió en este muchacho inexperto la posibilidad anhelada durante 50 años de implantar la revolución marxista continental, pero con un cambio de estrategia que le debe Chávez más a Perón que a Fidel. Es el atajo de acabar con la democracia usando los métodos de la democracia. Las balas serían votos y el discurso, darle rostro a los sectores más pobres del país, que se sentían –con razón- olvidados.
En lo esencial Hugo Chávez imita a Fidel aunque con sustantivas innovaciones. La más importante es justamente, la habilidad para manipular los instrumentos formales de la democracia, como las elecciones y los referendums para asegurarse la permanencia en el poder. El giro fue imitado como una peste en Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Paraguay e incluso en Colombia. En Honduras se lo propuso Mel Zelaya, pero fue derrocado en el intento.
La otra gran novedad fue la de hacer de los Estados Unidos el principal socio comercial de una revolución autoproclamada como antiimperialista. Ni siquiera Fidel habría tenido tanta imaginación como para concebir semejante esquinazo de la historia. Que uno sepa, los Castro nunca reclamaron ese notorio desvío doctrinario y no podría ser de otro modo. Desde el 2001 Cuba recibe de Venezuela 100 mil barriles diarios de crudo que la isla procesa en su única refinería en Cienfuegos, con capacidad limitada a 65 mil bdp. El resto, los hermanos Castro lo venden en el mercado spot a precios internacionales. Cuba paga los envios de petróleo venezolano con un acuerdo de servicios que incluye la presencia en Venezuela de 40 mil médicos mal pagados, mal entrenados, mal equipados y pendientes más bien de abandonar el país en lo que se presente la primera oportunidad. De hecho, más de la mitad de los médicos se han marchado a Colombia y Estados Unidos, huyendo de la pobreza e inseguridad venezolanas que deja muertos en la calles a 60 ciudadanos inocentes, todos los días.
Los restantes acuerdos con los Castro se han concebido para impactar a Venezuela con una verdadera fuerza de ocupación. Generales cubanos mandan en cuarteles y se ocupan de desplegar su bandera en instalaciones militares venezolanas. Las notarías y registros civiles son controladas por cubanos al igual que los principales puertos y el servicio de identificación de ciudadanos. Un cable submarino de telecomunicaciones une a Venezuela con la isla donde las líneas telefónicas son aéreas, atrasadas o simplemente inexistentes.
El estilo de Chávez, todos lo saben, es tributario de las grandes peroraciones del líder antillano, así como muchos rasgos comunicacionales de la revolución bolivariana. Por ejemplo, Fidel inventó el arte de gobernar en cámara, regañando a ministros y tomando decisiones de todo tipo en cadenas de radio y TV, como para hacer ver la futilidad de las restantes instituciones del Estado. Chávez por su parte, revolucionó el Twitter, un medio que los Castro han ignorado de forma sistemática. Llegó a tener cuatro millones de seguidores, sólo superado en el mundo por Barack Obama.
Chávez también copió al carbon el halo de inmortalidad del Fidel Castro, supuesto sobreviviente a más de 600 atentados fallidos y el aura de padre infalible que sabe de todo, opina de todo y tiene para sí la última palabra. Pero superó al maestro en varias ocasiones, particularmente al optar por un tono bíblico-deidificado que nunca le conocimos a Fidel. Alguna vez, en el centro de Caracas se hizo seguir por las cámaras mientras señalaba los edificios a su paso mientras exclamaba en tono bíblico: “ese edificio allí, exprópiese y ese otro también, exprópiese y este más acá, exprópiese”.
Ahora, el vasallaje político, comunicacional y humano hacia los Castro llegó al paroxismo con dos eventos curiosamente encadenados: la exhumación de los restos de Bolívar y la propia enfermedad y muerte de Chávez. El primero constituye uno de los hecho más patéticos y bochornosos de la política latinoamericana, un pase único en la historia mundial del kitsch totalitario y un gesto totalmente peleado con la idiosincracia venezolana, lo que hace pensar con sobradas razones, que se trató de una exigencia informada y dirigida por babalaos y santeros cubanos.
El proceso de la exhumación de los restos del procer latinoamericano estuvo rodeado de numerosas irregularidades. Un año después de la apertura de la tumba fallecieron siete testigos del proceso, todos pertenecientes al grupo de confianza del fallecido presidente venezolano.

El general Alberto Muller Rojas murió los días que siguieron a la exhumación; Guillermo García Ponce, director del diario oficial Vea murió en septiembre del 2010; William Lara, Gobernador y ex Ministro chavista falleció víctima de un accidente de tránsito, también en septiembre de ese año; Luis Tascón, diputado chavista, murió de un agresivo cáncer de colón en agosto 2010. En el 2011 fallecieron la dirigente Lina Ron de un infarto y José Ignacio Meléndez Anderson, hermano del asesinado fiscal Danilo Anderson. Mientras que el Contralor General de la República, Clodobaldo Russian murió en La Habana, mientras recibía atención médica, también en 2011.

La cuestionada exhumación dejó muchas preguntas sin respuestas. No se dio aviso nacional del evento, se hizo en horas de la madrugada, se pudo ver sólo parte de la investigación, no hubo servicio de Internet por 19 horas, todos los asistentes vestían de blanco con un “traje lunar” que cubría sus rostros y que a todas luces parecía una medida innecesaria.

El mandatario venezolano habría declarado durante el proceso de exhumar el cadáver: “Hemos visto los restos del gran Bolívar. Confieso que hemos llorado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada”.

Todavía se desconocen los resultados de la pretendida investigación científica, ni el destino de la bandera original que acompañaba al Libertador dentro del sarcófago. Tampoco se sabe si se retiró alguna parte de los restos mortales. En fin.

Especulaciones a un lado, de lo que sí tenemos certeza es que Hugo Chávez era un necrófilo, como lo fueron casi todos los megalómanos de la historia desde Diógenes y Nerón, pasando por Hitler, Saddan y los Ayatolas. Chávez, para desgracia de los venezolanos, trae a escena central de la nación la escuela de la necrofilia comunista, especializada en el cultivo y la gerencia de los muertos. En efecto, los casos más alarmantes de endiosamiento de los líderes tuvieron lugar bajo dictaduras comunistas, durante sus mandatos y una vez fallecidos sus respectivos líderes. Es lo que hizo Stalin con Lenin y Krushev con el propio Stalin, depositados ambos en su respectivo Mausoleo – palabra que viene de Mausolo, un sátrapa persa que se hizo construir una tumba de 50 metros de altura 370 años antes de Cristo.

Al visitar la Habana por primera vez en 1978 pude percibir en las primeras impresiones que la ciudad estaba empapelada de retratos de muertos: el Ché, Camilo, etc. La escena recuerda a los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, por vuelta de esos mismos años, tapizados con la imagen de guerrilleros venezolanos fallecidos en la lucha armada contra Betancourt y Leoní. Era un cementerio de papel.

Pues bien, esa tradición necrófila la trae Chávez a Venezuela en su version tropical a la usanza de Fidel Castro. De éste, calca el “patria o muerte”, en una glosa menos económica “patria, socialismo o muerte” que el Comandante Bolivariano, impuso ad nauseum en los muros de las ciudades, las instituciones públicas, en las vallas de las carreteras. El hombre sólo renunció al uso del slogan cuando la realidad de un cáncer le estalló en la cara y se ve obligado a confesarlo, de pocas carnes y ojos hundidos, en cadena nacional desde la Habana.

Al morir en Cuba, según todo indica y luego de rechazar la oncología venezolana que es de primera línea, los Castro imponen al sucessor, Nicolas Maduro, una “caricatura de la caricatura”. En las primeras de cambio y tras dar la noticia oficial, tres meses después, Maduro ordena que Chávez sea velado durante dos semanas y luego embalsamado. La Iglesia reacciona y el propio pueblo chavista se extraña ya que se pretende imponer un luto estructural que es contrario al talante inmediatista, ingenuo y alegre del venezolano.

Al irse Chávez no se retira la influencia castrista sobre Venezuela, todo lo contrario. El Nuevo mandón, Nicolas, es inseguro, ágrafo y plúmbeo como el solo. Tiene consigo a los militares y a los Castro para mantenerse, pues no queda ya ni dinero, ni charisma, ni pueblo. La escasez, la inflación, el cerco casi absoluto a la prensa, la represión institucionalizada y el aislamiento ya se asemejan con nitidez a las condiciones de vida de los cubanos. Los jóvenes se marchan por miles del país, acorralados entre los malandros y las técnicas del miedo ejercitadas desde el poder.

El chavismo es hoy abiertamente impopular, pero en su rodada, Maduro lleva el culto al caudillo a niveles kimilsungnianos, suponiendo que allí reside la continuidad del régimen. Sin embargo, insiste en un error que heredó Chávez de Fídel, igualar el modelo con el caudillo, con la salvedad de que Castro fue un líder longevo que ha muerto en su lecho de anciano.

A Maduro sin embargo, no se le debe subestimar, como hicieron muchos con Chávez. O mejor dicho, lo que Maduro representa, no debe nunca subestimarse. Es un sobreviviente, como los Castro y recibió entrenamiento de ellos a finales de los ochenta. Tiene el morbo de la supervivencia, lo que en términos prácticos significa que hará lo que sea necesario para mantenerse en el poder, pues no tiene vuelta atrás, después de tantos crímenes y abusos. Ya se pueden escribir tratados sobre cómo un fantasma de horror se pasea por el país, sostenido por una alianza entre el chavismo civil que encabeza Maduro y una facción de militares que, a cambio de ventajas delictivas han llevado a cabo una ola represiva utilizando métodos que no se conocían en Venezuela: estudiantes asesinados con tiros en la cabeza, cárcel para más de 300 demócratas y decenas de torturados civiles.
Por lo pronto, el chavismo ha servido para extender la influencia de los Castro a grados que nadie podía imaginar a finales del siglo pasado. Dominan una serie de organismos multilaterales idealizados por ellos mismos. Ingresan al Grupor de Río, Mandan en el Foro de São Paulo, mandan en el Alba y en Unasur, fracturaron la Corporación Andina de Fomento, controlan la relaciones América Latina – BRICs y en la OEA, manejan los hilos gracias a sus prótesis chavistas que lo han comprado todo con el petróleo.

La presencia de un liderazgo mediocre e invertebrado a lo largo y ancho del continente ha contribuido con este estado de cosas. En el 2009, la OEA invita a Cuba a participar como miembro de pleno derecho en la Organización (cosa que no aceptan los Castro) y en enero de 2013 Raúl es nombrado presidente pro-tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). El acto tuvo lugar en Santiago de Chile, con Sebastián Piñera como anfitrión. Los demócratas venezolanos vimos estupefactos como se enterraba en ese minuto la Doctrina Betancourt, vale decir, el pensamiento más anticipado y generoso que jamás hubiera producido la diplomacia Latinoamericana. Gracias a ella, se contribuyó al surgimiento de muchas de las democracias que hoy disfrutan de las libertades civiles, políticas y económicas que se le niegan a Venezuela. Se recordará que la Doctrina Betancourt es una pieza de Derecho Internacional que impide el reconocimiento a los gobiernos de facto. Es más, fue el primer esfuerzo explícito en el continente para desalentar los vínculos diplomáticos y comerciales con gobiernos no legitimados por el voto popular. Fiel a estas ideas, los gobiernos venezolanos de la etapa civil rompieron relaciones con los regímenes dictatoriales que persiguieron a muchos de esos señores hoy presidentes, cuando tan sólo se llamaban Dilma, Michelle, Pepe, Daniel o incluso Sebastián. Ya vendrán otros días, por ahora, va quedando claro que nos tocó la época de los gnomos políticos en Latinoamérica.