Ahora sí, después de haber muerto tantas veces, su obituario verá la luz. Como con todos los personajes notables, los periódicos tienen la nota fúnebre escrita. Pero ninguna como en el caso de Fidel Castro. Un director de periódico solía tenerla sobre su escritorio, para sorpresa, tristeza o regocijo de sus visitantes.
¿Dónde estaba usted cuando murió Fidel Castro? Casi en simultáneo, fue una explosión de diatribas y panegíricos por igual. Mi primer pensamiento fue preguntarme acerca de las muertes de Stroessner, Trujillo, Ceausescu, Marcos o cualquier otro sultán del siglo XX. Ninguno de ellos sultanes del swing, por cierto.
Es que Castro murió de manera muy pedestre. No fue ejecutado y ni siquiera en el ejercicio del poder, solo como prócer viviente, en su casa en vez del museo y vistiendo conjuntos deportivos Adidas en lugar de uniforme militar. Claro que llegó al siglo XXI.
Muere casi como ancianito frágil quien instaló el régimen de partido único, el revolucionario partidario de la dinastía absolutista, el que diseñó el régimen de inteligencia interna más eficiente que se conozca, un competitivo producto de exportación.
En la narrativa latinoamericana, muere Sherezada, la narradora de Las mil y una noches, escribí alguna vez. El origen de todos los mitos y leyendas. El que transformó la autocracia en hombre nuevo, el embargo en bloqueo, la protección de Moscú en supuesto combate cotidiano, la delación miserable en solidaridad del pueblo, la falta de libertades en nueva trova, y una nueva trova a la que también reprimió cuando decidieron ejercer esas libertades.
Es la leyenda de la siempre inminente invasión, de los derechos de los pueblos latinoamericanos, con un pueblo casi sin derechos. Es el mito de la lucha contra el imperialismo yankee y sus cómplices dictaduras fascistas—la de Pinochet—mientras hacía negocios con otras dictaduras fascistas—la de Videla—obedeciendo órdenes de otro imperialismo, el soviético.
Muere quien en su hipócrita estalinismo contaminó a la izquierda latinoamericana, quien vació de contenido al progresismo, quien hasta fue capaz de inspirar a la romántica canción revolucionaria latinoamericana, despertando idealismo donde solo había poder despótico de un Estado controlado a voluntad.
No mucho cambiará sin él, en la periferia del poder desde hace una década, excepto los tiempos y el contenido de la pretendida transición controlada desde arriba. Sin Fidel Castro, el tiempo irá más rápido: febrero de 2018 es ahora “la semana que viene”.
Sin él, la incertidumbre característica de toda transición podría crecer exponencialmente. Y sin él, la teleología castrista podría quedar trunca. Hay mucho trabajo para los demócratas cubanos.
@hectorschamis
Publicado originalmente en el diario El País (España)