Una parte de quienes atacan al diálogo como engaño, como colaboracionismo o como traición saben lo que hacen. Exageran una diferencia, movilizando sentimientos elementales, para utilizarla como una garrocha para sobrepasar su muy baja barrera de influencia.
Un camino empedrado de una desesperación competitiva que conspira contra la unidad. Por eso hay que enfrentar con determinación los ataques de esa minoría a la MUD. Y también porque la impaciencia, la radicalización de un discurso aislado de las posibilidades de traducirlo en acciones, la pretensión de lograr el objetivo final de un manotazo es el atajo hacia la frustración y la derrota.
Enfrentar estas posiciones minoritarias sin criminalizar las diferencias. Silenciar el cañoneo de las descalificaciones contra la MUD y redireccionar hacia Maduro y su cúpula. Evitar una guerrilla interna aprovechará un gobierno que, aunque continúa debilitándose y arrastrando al país al infierno, aún conserva sus poderes de decisión y su apariencia de constitucionalidad.
No se ayuda a la lucha por el cambio debilitando a la MUD y al interés general de sumar al máximo de sectores y voluntades que sea posible. Una regla que debe favorecer a quienes quieren sustituir la construcción de condiciones para salir pacífica, electoral y constitucionalmente de este régimen por la vía rápida de una marcha a Miraflores. Hay que disuadir a quienes quieren eliminarle la “n” a Vente, que sobran los motivos para ser tolerantes y persuasivos con una figura del valor simbólico de María Corina.
Los adversarios del diálogo lo combaten como si fuera el centro de gravedad de toda la política alternativa. Pero no todo es, ni debe ser diálogo. Especialmente cuando hay que concertar acciones para enderezar lo que comenzamos mal.
Ese debate no debe paralizarnos ni sustituir la discusión sobre el sentido que debe adquirir la calle, sobre la inevitabilidad de neutralizar o atraer con un discurso público a instituciones que avalan al régimen, sobre la formulación de una oferta creible, para quienes están en la otra comarca, en torno a las bases y fines de un gobierno de integración nacional. Hay que ver hacia el país, no hacia el dedo así sea una manita.
La decisión de la MUD de mantenerse abiertos al diálogo, pero retomarlo cuando el gobierno cumple los compromisos que adquirió, es correcta. Recomponer una Agenda del cambio, revisar su ruta y alcanzar un manejo eficaz de la contradicción entre el país y el gobierno es indispensable.
Es también abrir una puerta para que Voluntad Popular exprese sus puntos de vista dentro de la MUD con el propósito de fortalecerla afuera. Porque no toda la política es el diálogo y porque no toda posición radical es radicalismo.
Un asunto está en determinar, además de los puntos concretos que demandó la oposición al gobierno y las concesiones (una de ellas improcedente desde mi asiento en la tribuna) que ella le hizo, cuáles son los objetivos extramesa para practicar el diálogo como una de las formas de lucha.
No estamos para constatar si el gobierno ganó tiempo, ni para actuar como si alguien creyera que el diálogo va a transcurrir como una línea recta y armónica, frente a un adversario tramposo y sin ética. Hay que pensar fuera de la rutina y de las propuestas testimoniales, qué es lo que nos falta ganar para salir de este régimen con los menores costos posibles para el país. Para el gobierno se trata de ganar tiempo, para nosotros de saber cómo y donde recortárselo.