Los triunfos electorales del Brexit en el Reino Unido y Donald Trump en Estados Unidos, superaron cualquier expectativa racional, reflejando un resultado marcado por la emoción, la creencia o la superstición. Para explicar estos eventos el Diccionario Oxford ha establecido un neologismo. Se trata de la post-truth o de la posverdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. El pasado 8 de noviembre el Diccionario Oxford la calificó como la palabra del año 2016 para verbalizar este comportamiento político -mentir descarada y continuamente sobre los hechos.
Donald Trump ha sido uno de los principales exponentes de la política “posverdad“. En su reciente campaña electoral para la presidencia de los Estados Unidos no tuvo decoro para emitir juicios de valor sin ninguna base real y a pesar de ello no obtuvo voto castigo. Más bien sus “mentiras” fueron vistas como una prueba para enfrentar el poder de la élite política norteamericana.
Otros ejemplos recientes de la política de la “posverdad” son: la afirmación por parte del gobierno de Polonia de que la muerte del presidente Lech Kaczynski en el accidente aéreo de 2010 fue causado por las altas esferas rusas; la aseveración del gobierno de Erdogan en Turquía que los perpetradores del reciente golpe de estado fallido estaban actuando bajo las órdenes de la CIA y el FBI; y la tesis de las hordas de inmigrantes que resultarían de la inminente adhesión de Turquía a la comunidad europea durante la campaña para que Gran Bretaña dejara la Unión Europea. Estamos en tiempos de posverdades por la proliferación de las teorías de la conspiración.
En el caso del gobierno de Nicolás Maduro su administración ha estado apoyada en posverdades desde que llegó a la presidencia. Apenas asumió el poder ejecutivo en el 2013 anunció el arranque de la ofensiva económica contra la guerra económica impulsada por los sectores de la derecha. Por lo que ordenó El Dakazo -la venta de los productos a precios justos-, “que no quede nada en los anaqueles, que no quede nada en las tiendas. Ya basta”. Una acción que le aseguró el triunfo de las elecciones municipales de ese año y le permitió disipar la duda del fraude en las elecciones presidenciales.
En el 2014, Maduro afirmó que había un intento de promover un golpe de Estado (posverdad). Las protestas pacíficas del sector estudiantil en todo el país fueron brutalmente reprimidas por su régimen, con un saldo de 42 muertes y cientos de detenidos. Cuando estaba acorralado por la comunidad internacional al señalarlo de autócrata apeló a la mesa de diálogo con tres cancilleres de Unasur como facilitadores. Después de un mes el diálogo se suspendía por la falta de resultados en las mesas de trabajo. Además, ese año Maduro logró sacar de la actividad política a Leopoldo López -el líder más popular de la oposición-, al culparlo de estar detrás de los hechos violentos que fueron provocados principalmente por los paramilitares del gobierno, los colectivos.
En el 2016 vuelve la posverdad de “la guerra económica que se mantiene contra el pueblo, ejecutada por sectores de la derecha con apoyo del gobierno de Estados Unidos -incluye acaparamiento, especulación, contrabando de extracción, ataque a la moneda y bloqueo financiero.” La oposición para salir de la grave crisis socio-económica, producto de la gestión de Maduro, buscó el mecanismo constitucional de la consulta a la voluntad popular para dirimir la situación, el Referéndum Revocatorio presidencial (RR).
Un proceso que es truncado por otra mesa de diálogo. En esta ocasión -sin querer queriendo- por la intervención del Vaticano. Ocurrió que la oposición reunida en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) había alcanzado el triunfo electoral en las elecciones parlamentarias en diciembre del 2015, obteniendo las dos terceras partes de los diputados de la Asamblea Nacional. Y el gobierno de Maduro sabe que no gana, por ahora, otra elección al menos que destruya la confianza en la MUD, como organización política, y en la unidad. El diálogo generaría los argumentos para ello.
Las posverdades si fracasa el diálogo “el camino podría ser el de la sangre” [Vaticano]; “el único camino es el diálogo para el respeto entre los venezolanos”; “No voy a dejar que se paren de la mesa. No lo voy a permitir. Ustedes saben que yo puedo” [Maduro] permiten minar la confianza en la MUD de un gran número de venezolanos.
Por ejemplo, al no presentar la MUD resultados concretos del diálogo en combinación con la desmovilización de la protesta social para la realización del RR, le resta credibilidad como organización para liderar el cambio político. Por otra parte, al afirmar Henrique Capriles -líder convocante del RR- que “si el 6D no hay resultados, monseñor Celli (el emisario del Vaticano) tendrá que darle cristiana sepultura al diálogo”, y la MUD aceptó ir a otra reunión el próximo 13 de enero, muestra a uno de los líderes de la oposición como insincero (palabra y acción juntas). Y la no realización del RR en el 2016 presenta a la MUD como incompetente.
Faltan eventos por transcurrir para terminar de implosionar a la MUD. El más difícil será el nombramiento por parte del TSJ de los rectores del CNE, si la Asamblea Nacional se deja despojar de la norma. Será el tiro de gracia. Y ante las elecciones de gobernadores y alcaldes en el 2017 la unidad de la oposición estará comprometida.
Hasta ahora la posverdad del diálogo permite sostener a Maduro en la presidencia hasta el 2018.
Director Ejecutivo de Inter American Trends @iatrends