Las tiranías no sólo marcan su propio ritmo de dominación. Suelen también trastocar el paso del tiempo, detener el progreso, e incluso, hacer de la vida de la gente una ruta al atraso, un viaje hacia estadios ya superados por otras realidades colectivas y sociales.
En medio de una mortal escasez de medicinas, causada por la ineptitud del propio gobierno, un médico acepta una donación de medicamentos, de la esposa de un preso político. Un médico estudia y se prepara para salvar vidas. Pero ese gesto lo hace sospechoso, y es detenido por la policía política. Ahora salvar vidas es un crimen, un delito grave para el poder.
Comunidades enteras, humildes y de sectores populares, protestan en una vía pública porque hace días no les llega la bombona de gas. Y viven en un país petrolero y con cuantiosas reservas gasíferas. La protesta es un derecho constitucional. Pero en Venezuela, la protesta es ahora algo subversivo, sedicioso, golpista. Un ama de casa sin gas y con varios hijos sin comer, con pancarta en mano exige que la empresa que distribuye el gas, anteriormente privada pero ahora, luego de expropiada, empresa estatal, a decir del militar responsable de turno en la región, es una persona altamente peligrosa, que pudiera pagar con cárcel su osadía.
Las redes sociales son acaso uno de los últimos reductos en los que la libertad de expresión puede aún ejercerse. Opinar es también un delito, sobre todo si esa opinión revela la verdad de crisis, caos, corrupción, saqueo, impunidad y ruptura del orden económico, legal y constitucional que a cada paso comete el régimen de Nicolás Maduro. Decir la verdad, y llamar la atención sobre los culpables de la actual devastación del país, es un delito. Por eso, la censura digital es una sombra que parece crecer cada vez más.
El mundo avanza hacia niveles superiores de dominio científico y técnico sobre el entorno. El conocimiento, y la investigación y desarrollo que lo hacen posible, en términos de inversión en investigación científica de alto nivel, y en mejores sistemas escolares y educativos, son una premisa globalmente aceptada por las evidencias y la sensatez. Pero las tiranías no se detienen a la hora de tapar su enorme fracaso, y avanzan aniquilando todo aquello que represente el saber. Por ello la macabra coherencia se hace presente: Ha anunciado el régimen, en un “enésimo” cambio curricular”, la eliminación de materias como Física o Química del pensum, para incluir materias que promuevan la ideologización y egolatría hacia el chavismo como neoreligión.
La teoría monetaria tiene siglos de historia y praxis. Pero el gobierno de Nicolás Maduro continua “experimentando” en este Laboratorio de economía venezolana, con fórmulas ya fracasadas de regulación, gasto exacerbado e impresión de dinero inorgánico, además de destruir el tejido empresarial privado, suprimiendo cualquier garantía e incentivo para la actividad privada. La improvisación en la emisión de nuevas denominaciones de billetes, y el caos y malestar que generan, reafirman la absoluta incapacidad de la élite gobernante para seguir conduciendo al país.
Inevitable recordar al Capitán Cavernícola, aquel famoso personaje de comiquitas, con un mazo grande, greñudo, descalzo, venido desde las cavernas y la prehistoria misma en trance de superhéroe, para luchar contra la maldad. Sin duda, sus rasgos y espíritu gravitan en este diciembre de 2016, para recordarnos de una forma menos amigable, que el atraso, el militarismo, la improvisación, y el ejercicio dictatorial del poder, lamentablemente y para muchos, aún tienen vigencia.
@alexeiguerra