Hoy celebramos el cuarto domingo de Adviento. Han transcurrido hasta ahora tres semanas de preparación penitencial para la Navidad. Dentro de escasos seis días estaremos conmemorando el nacimiento del Hijo de Dios, anunciado por el profeta Isaías y hecho realidad en los santos Evangelios.
Si leemos detenidamente el primer capítulo del Evangelio de San Mateo descubriremos la difícil situación personal en la que, seguramente, se encontró San José hace más de dos milenios.
Estar comprometido para contraer matrimonio -según la ley judía- en tiempos de San José y la Virgen María, implicaba también haber asumido con dicho compromiso, derechos y obligaciones que traían consigo consecuencias personales para ambos contrayentes.
En tal sentido, pudiéramos decir que no era fácil la problemática de San José al saberse comprometido y prepararse para contraer matrimonio con una virgen que -súbita e inesperadamente- esperaba un hijo sin conocer varón.
No haría falta calzar nuestros pies con las sandalias de San José para saber que el casto y futuro padre adoptivo del Señor estaba confundido y en problemas.
San José conocía perfectamente a la virgen y sabía quién era su prometida, pero sabía y conocía, igualmente, lo que dictaminaban los preceptos judíos, esgrimidos de la ley mosaica.
En medio de esta confusión personal, San José estaba obligado a tomar una decisión personal, pero también social y religiosa, como hombre creyente y sobre todo como hombre justo.
El riesgo comprometedor de decidir, no debía ser menospreciado, justamente por lo que ello implicaba.
Según la ley mosaica no le sería perdonado a una judía esperar un hijo ajeno a su prometido o a su esposo. Pero tampoco le sería perdonado a un judío contraer matrimonio con una mujer que, ya comprometida, esperase un hijo ajeno a su prometido o esposo, ya que ambos casos implicarían encubrimiento de la infidelidad.
Por otra parte tendría San José que creer, sin dar lugar a dudas, de los labios de su prometida, que el niño esperado es obra del Espíritu Santo.
Justamente allí radica el mensaje del profeta Isaías y del Santo Evangelio. El mensaje va dirigido a las dos figuras de la casa y estirpe de David:
En primer lugar nos muestra el profeta Isaías -setecientos años antes del nacimiento del Mesías- la figura del “Acáz”, Rey de Judea. Acáz fue un rey desconocedor de la palabra de Dios, débil en la fe y por consiguiente amedrentado y temeroso.
En segundo lugar nos muestra el Evangelista San Mateo a San José, en contraposición con el Rey Acáz. San José era un hombre de fe practicada, conocedor de la palabra de Dios, casto y justo.
En ese contexto histórico, vétero y neotestamentáreo, se da el anuncio profético de la venida de Jesucristo, el Mesías, y su concepción, por obra y gracia del Espíritu Santo, como cumplimiento de las profesias.
Para entender mejor el mensaje de la palabra del Señor deberíamos primeramente hacer referencia a la estirpe de David.
Acás era, ciertamente, descendiente de la casa de David, pero, todo lo contrario al rey David, por no tener metas claras, era un rey amedrentado y atemorizado por los reyes extranjeros a consecuencia de la herencia de desgaste moral del reinado de su padre y antecesor. En esa circunstancia histórica se convirtió el Rey Acáz, no solo en una carga para el pueblo de Israel, a consecuencia de la descomposición su reinado sino también en una tentación para el mismo Dios, a raíz de su poca fe.
Precisamente en esa coyuntura anuncia Dios, por medio del Profeta Isaías, “Una Señal”, plasmada en “Una virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros”.
La fe y la esperanza del pueblo de Dios estarán puestas entonces, no en un rey, sino en la Palabra de Dios que nacerá en Belén de Judea.
En tal sentido se dirige el Ángel de Dios a San José -no en el estrés del trabajo y de las ocupaciones del día- sino en el silencio y la serenidad del descanso nocturno.
Las palabras del Ángel van dirigidas a San José, -como hombre de fe- primeramente, para decirle: ” No temas, hijo de David”. El Ángel le recuerda a San José su estirpe y descendencia del Rey David. Pero inmediatamente le trae al recuerdo -como conocedor de la palabra de Dios- el mensaje profético de Isaías: “Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Además lo compromete con las palabras: “Y tú le pondrás por nombre Emmanuel, Dios con nosotros”.
En la figura confiada de San José descubrimos que Dios no abandona a su pueblo. Es por eso que la palabra de Dios encuentra en San José una respuesta desde la perspectiva de la fe.
En tal sentido deberíamos nosotros, como familia de Jesús, no solamente escuchar o leer los textos proféticos y evangélicos con sentido nostálgico del pasado, sino ver en Jesús a “Dios con nosotros”.
Nuestra fe no es un pensamiento filosófico, sino el fundamento mismo de la experiencia viva, que se hace hombre y vive con nosotros.
El mensaje profético de Isaías y el anuncio del Ángel de Dios se hacen realidad en el niño que nace en Belén de Judea.
San Pablo nos presenta a Jesús como “La Buena noticia”, como “La Gracia” y como “El Obsequio” en el que el mismo Dios se nos regala.
Feliz cuarto domingo de Adviento.