La metáfora parece ser, según Robert Nisbet, el auténtico método de la historia. La provocadora idea la había leído hacía tiempo, pero saltó sobre nuestra mesa de la fuente de soda Irama, la mañana de un sábado, cuando Miguel Ángel Campos nos recitó, con cierto estupor, a Diego Portales: «el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche, y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos. La tendencia general de la masa al reposo es la garantía de tranquilidad pública».
La melancólica frase nos pone pensar. Advertíamos en ella, casi de golpe, un contraste escandaloso con nuestra propia historia. Y puede que aquello que más nos mortificaba, de la sensación abrumadora que nos embargó, era saber que don Andrés Bello formaba parte de esa enigmática realidad, y que un Bolívar, digamos,por así punzar aún más en la disparidad, estaba ausente.
Campos nos dejaba sobre la mesa una muy rara aflicción para estos días festivos y de alegre evasión. Esa semana compartimos un texto de Enrique Barros sobre un libro de Alfredo Jocelyn-Holt, llamado nada menos queEl peso de la noche, Nuestra frágil fortaleza histórica (Ariel, 1997). Dice Barros, en su recensión, que la independencia no tiene, en Chile, «un papel fundacional respecto del orden social. Solo a nivel de Estado, más precisamente del gobierno». Afirma que la sociedad chilena no padece de una ruptura y que, por el contrario, esta nueva manera de gobernarse se va a construir sobre una vigorosa opinión pública y una profunda sensación de libertad, y acaso, de una muy veneradavida privada. Escribe que: «Este mundo cultural, el de las ideas y sentidos, constituye un espacio público intermedio que posibilitó la existencia de márgenes importantes de libertad, si se considera la época, y estableció un límite implícito al autoritarismo que marcaba la política».
Campos nos glosa este proceso con una sentencia suya no menos poderosa: «Crearon una constitución cesárea sin césar». Y uno de los artífices fundamentales de esa misteriosa convivencia fue don Andrés Bello, agrega con indignación o despecho, no estoy seguro, quizás ambas. Esta continuidad, necesaria y real, es la que acusan a gritos nuestros más insignes historiadores, pongamos por caso, a don Mario Briceño-Iragorry y lo que fue su incesante búsqueda para comprender lo que categorizó como crisis de pueblo.
Para cuando volvimos a reunirnos en la Irama, llevaba yo una cita de Portales que me pareció aterradora, pero muy adecuada para incitar una intensa consumición de café.
«Miguel, escuchá esto», le digo con una risa maligna que no pude ocultar:«la democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud»,las negritas se las leí dos veces seguidas antes de que nos dejaran las primeras tazas.
Nos marchamos con la idea de ojearEl peso de la noche, de Jorge Edwards, a ver qué tal nos iba. Una novela defectuosa, pero con grandes aciertos…
@EldoctorNo