La hiperactividad es una manera de negarse a la reflexión profunda.
De Nietzsche a Byung-Chul Han, evadir este impulso atosigante es decir «no» a cierta forma de estupidez. Un «no» «pasivo» que es «actividad» auténtica,reflexión yexpresión de «espiritualidad».Según Nietzsche, esto es aprender a mirar, a pensar, a hablar, a escribir.Y, por supuesto, a enseñar.
Hablamos, pues, de estacuestión para decir que la revolución bolivariana, y buena parte de la oposición a ella, han pretendido, con éxito, arrastrarnos a un accionar frenético de, pongamos por caso, marchas y contramarchas, al uso de un lenguaje militarizado que mantiene la zozobra mental, el agobio y la prisa más allá de los horarios de convocatorias, permeando incluso la vida privada o laboral. La intención: hacer de la estupidez un asunto de militancias.
En palabras de Byung-Chul Han, estaríamos de vuelta a una especie de paradigma inmunológico, donde el problema esencial lo representa «el otro», percibido como un cuerpo extraño y peligroso, vírico, que debe ser expulsado o aniquilado. Una sociedad que pretende organizarse, o ser organizada, para la «defensa» y el «ataque». Reforzando así el lenguaje y los razonamientos propios de la Guerra Fría.
Ahora, siendo fiel al uso del método paranoico-crítico (asociaciones delirantes) del gran Dalí que, como bien dice Breton, es un instrumento fundamental a todo tipo de exégesis, se me antoja que este paradigma inmunológico, por alguna razón, sirve para pensar un rato en el regionalismo nuestro. Hablo, por supuesto, del regionalismo «zuliano» como un asunto inmunológico. Y para más señas, de la política regional, local, como un problema no compatible con este, cuando le correspondería ser su principal arma anti-viral: la defensa ante la «otredad» que es la revolución bolivariana. Y el afán de estapara homogeneizar, a su gusto, todo cuanto toca. Deberíaesto suscitar, insistimos,algún tipo de reacción inmunitaria, al menos en los sentidos político y cultural.
En lo político, no obstante, se ocupó de versionar las políticas públicas revolucionarias y el estilo nepotey personalista del régimen. Cualquiera diría, sin dejarse llevar por las dudas siquiera, que las finalidades de esta entrega abyecta, buscaba (busca todavía) articular prebendas a cambio de cierta lealtad. Claro está, se daba por descontada la permanencia y concentración de poder en la región como si de un feudo se tratara.
En el sentido cultural se ha «auto-infligido» una «pequeña» dosis de violencia a fin de «protegerse de una violencia mucho mayor, que sería mortal». Esta es la excusa, por supuesto, lo que ha servido para mutilar manifestaciones de nuestra tradición que habrían servido, a su vez, como reacción natural del sistema inmunitario de nuestro regionalismo. De manera que, dentro de un paradigma inmunológico, donde la «otredad (revolución)» es la cuestión fundamental, esta desaparece. Se entiende, entonces, que su desaparición como amenaza viral, y asumiendo las propiedades de una presencia autoinmune, nos arroja a la hiperactividad para volvernos más idiotas cada vez. En palabras concretas, hemos perdido la capacidad a decir «no».
Y tan pronto descalifica la «otredad» como amenaza viralen la idea del «regionalismo inmunológico»,se concluye que ha muerto en cuanto tal este último. La revolución ha sido la tumba, pero sus «defensores», cosa terrible,los sepultureros a cargo.
Lo cierto es que cualquier indagador perspicaz podría decir que el regionalismo siempre muere a mano de sus «hijos predilectos». Ya lo hizo en 1821 con la revolución independentista y a cuenta deUrdaneta, ¿por qué no habría de hacerlo esta vez?
Como sea, nuestro regionalismo no es más que «hiperactividad» y, como tal, adolece de «espiritualidad», de reflexión seria. Es, más bien, la tapadera de un enorme vacío. Dicho así suena excesivamente benévolo. Enfaticemos mejor que, en realidad, solo oculta una propensión despreciable a hacerse de manutenciones un tanto oscuras, y a la elaboración de mitos ridículamente liliputienses, de vidas fracasadas, risibles, conformistas, convertidas en épicas extraordinarias que, bien vistas, no resisten un someroescrutinio.
Si la idea de que la política local es incompatible con el regionalismo en su ya mencionada dimensión inmunológica, debería respondérsele entonces con el debido «ataque» como la cosa virulenta que es en sí misma: señalemos aquí la pertinencia de las tradiciones a tal efecto.De forma que la «defensa» del organismo se constituye, quizás solo en teoría, lamentablemente, en el deber ser, en la única alternativa posible, si es que tenemos algo de razón en este asunto. ¿O acaso estaríamos ante una disyuntiva harto más simple?Ora el regionalismo nunca existió.Ora la revolución bolivariana lo ha aniquilado sin piedad…
Finalmente, y aunque Byung-Chul Han recele de Baudrillard, podemos simplificar todo este enredo desquiciado con una propuesta teórica más lacónica y directa: el regionalismo no ha sido otra cosa que una vulgar simulación. Un simulacro cultural y político para sacarle dividendos como bandera desde donde sea que se le ice. Simulacro que, incluso, generó su propia «hiperrealidad». Dicho en lengua de bárbaros: nos creímos el cuento, pero ahora hemos visto lo que hay detrás de la cortina. Y con esto me acuerdo del pobre mago de Oz. En fin, dejemos hasta aquí la paranoia a ver si alguien entiende lo dicho en estas líneas desesperanzadoras.
@EldoctorNo