Meryl Streep no solo es una reconocida actriz polifacética sino también una importante activista política en Estados Unidos; de ahí que, no debiera sorprendernos su emotiva y muy bien estructurada intervención al aceptar el premio honorifico Cecil B. DeMille durante la entrega de los Globo de Oro 2017.
El discurso de esta extraordinaria artista –algo inusual en este tipo de eventos- estuvo centrado en una fuerte crítica a la clase política de su país sobre el respeto a las diferencias –en especial durante la reciente campaña presidencial- donde un multimillonario Donald Trump no sólo tuvo una actitud permanentemente insolente con las minorías afincadas en esas tierras sino haciendo referencia, además, a una inaceptable sorna contra el periodista con discapacidad Serge Kovaleski del New York Times que no le era servil ni simpático y “a quien lo superaba en términos de privilegios, poder y capacidad para responder”, como lo comentaba el canal de televisión CNN.
Aunque no lo mencionó durante su alocución, Meryl Streep no sólo se cuidó de no mencionar el nombre del presidente electo de los Estados Unidos y del periodista aludido sino tampoco de hacer una directa referencia a la aún especulada e incierta intervención de los servicios de Rusia -adictos al presidente Putin- durante el proceso electoral norteamericano; pero sí hizo un descarnado llamado a la prensa seria para hacer rendir cuentas a aquellos poderosos que actúan como matones amparados en el poder que ostenta la investidura de ser el primer mandatario de una nación.
A partir de los reclamos de parte de Trump o de Putin imputando a un sector de medios de comunicación de ser responsables de una conjura en contra de ellos, se ha puesto de manifiesto la labor que debe cumplir aquella prensa independiente y con principios, como nos lo hace recordar Meryl Streep, poniendo sobre el tapete su substancial labor para transmitir las informaciones. De esta manera se nos viene a recordar que libertad y responsabilidad son los dos aspectos del derecho a la información.
Es ineludible referirnos, entonces, al deber de informar de los periodistas y de la prensa por cuanto manejan un bien que está sometido al interés de la colectividad, está sometido al bien común.
Claro está que el bien común no es la suma de bienes e intereses particulares sino un valor realizado para y sobre cada uno de los miembros de una sociedad; por lo tanto, si la información es el vehículo para arribar al bien común, todo mensaje periodístico debe ser hecho en función a ello, es decir con responsabilidad para el bienestar de la colectividad.
Pero este deber está más allá del texto legal, es una cuestión de profesionalización del comunicador y de los operadores de la información. No se trata únicamente de leyes o reglamentos y de su regulación por parte del Estado. Es saber traducir el espectro de discusión. Es una cosa de ética y de reconocer que el periodista y el medio informativo están al servicio del público, que están al servicio del conocimiento y que la pertenencia de la información es universal y no sólo de la prensa o de sus periodistas.