Coinciden varios de los más reconocidos analistas de la situación política venezolana en destacar que el régimen chavista muestra creciente debilidad, y que nombramientos como el del nuevo Vicepresidente, con muchos cuestionamientos a bordo y conocido por su radicalismo, obedecen a que ninguna figura moderada o independiente de importancia acepta figurar en los cuadros burocráticos del gobierno de Nicolás Maduro.
Por El Nuevo Siglo (Bogotá)
La falta de respaldo político y de apoyo popular así como el crítico desabastecimiento de alimentos y víveres, sumado a una caída en picada de la producción, agobian cada día más al régimen. Con 60.000 mil millones de dólares de deuda a China, la dependencia venezolana de la potencia asiática crece día tras día. Hoy, incluso, se puede asegurar que la propiedad del crudo venezolano está hipotecada a terceros.
Es evidente que el desinterés de Washington por Latinoamérica, durante el ya acabado gobierno de Obama, permitió el avance de potencias exógenas en la región, las cuales han entrado pisando duro en países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, lo mismo que pasó en su momento con Brasil y Argentina.
El ideólogo del llamado ‘Socialismo del Siglo XXI’, Heinz Dieterich, quien alimentó la febril imaginación del ya fallecido Hugo Chávez con las tesis de que esa ideología redimiría la región y se encargaría de redistribuir la riqueza, nunca pensó que su iniciativa llevaría a que Venezuela, que por décadas nadó en la abundancia, terminaría en la crisis y declive actuales por haber feriado los dineros de las regalías petroleras y no guardar nada para los tiempos de vacas flacas.
De todas formas, las opiniones del sociólogo alemán son relevantes en cuanto hacen una crítica válida de la evolución política de Venezuela. Según su criterio, esa nación va a colapsar en las manos ineptas de los sucesores de Chávez. Lo cierto es que se empujó el país al abismo y en la actualidad nadie en el gobierno Maduro sabe cómo sacarlo de allí.
Todo lo contrario, se habla de profundizar las medidas expropiatorias contra los pocos comerciantes e industriales que sobreviven en medio de angustiosas dificultades, a sabiendas que esos procedimientos, además de sus nefastas consecuencias económicas, aceleran de manera inevitable la caída del régimen. El gobierno sigue empeñado en una guerra económica contra los sectores de la producción, lo que conduce a la ruina a la población y dispara la ya crítica insatisfacción social, a tal punto que se teme que en cualquier momento un hecho aislado puede provocar una sublevación popular de fatales proporciones.
Medidas desesperadas como las que tomó el Palacio de Miraflores en torno a cerrar la frontera con Colombia o aquella de obligar a los comerciantes a vender sus productos a precio de pérdida, o incluso regalarlos, muestran la ceguedad política y económica imperantes. Increíblemente no se entiende que lo único que consiguen con ello es llevar a la quiebra a productores y comerciantes, creando más desempleo, desabastecimiento, hiperinflación y crisis generalizada. Ya ni esperar por largas horas en las colas para comprar víveres básicos, garantizan su consecución.
En medio de esa sinsalida económica medidas como las de aumentar por decreto los salarios no tienen utilidad alguna y, por el contrario, aceleran el cierre de las pocas empresas que sobreviven a media marcha esperando tiempos mejores. Con la mayor inflación del planeta, es claro que el país va a la deriva y el poder adquisitivo popular se esfuma.
Pretender ahora que a través de anuncios como el de Maduro, en torno a repartir armas entre la población y las bases chavistas para defender la ‘revolución’, se va a solucionar la crisis política, económica, social e institucional, es ingenuo. Las masas desesperadas no piden munición ni fusiles, sino alimentos, medicinas, trabajo y oportunidad de progresar y resurgir.
Cada día es más evidente que fue un error garrafal del régimen malgastar la tregua que propició el Papa Francisco y perder la oportunidad de negociar una salida inteligente a la crisis, facilitando una pacífica transición política.
Es obvio que el gobierno Trump no tendrá la misma indolencia que su antecesor frente a las ocurrencias y despropósitos de Miraflores. Incluso no se descarta que pueda peligrar la refinación de miles de barriles de petróleo venezolano que se lleva a cabo en las refinerías estadounidenses.
¿Tiene futuro Venezuela? Nadie lo sabe. El descontento popular crece por cuenta de la violencia, la delincuencia común, la falta de comida, empleo y estabilidad institucional. El gobierno sí tiene un arsenal de armas pero es claro que no lo puede utilizar contra el pueblo, por más contra la pared que esté.