En primer lugar, la ciudadanía venezolana no está armada, al menos no con armas bélicas, las únicas que porta son la esperanza, fe, amor por el país y un inquebrantable deseo de cambio. Quienes detentan poder de fuego son otros.
Por otra parte, nos negamos a asumir como cierto que un escaso número de personas que hoy secuestran el poder político puedan imponerse contra la voluntad de todo un país de bien.
El camino debe ser pacifico, pero no silente; en desobediencia, pero no en anarquía; con fuerza, pero sin violencia; en fin, con amor por Venezuela, y sí, ciertamente en la calle… Porque la calle no es sinónimo de guerra, ella evoca el término ciudadanía.
Debemos estar convencidos de que si presionamos lo suficiente, y todos firmes y al unísono gritamos “¡YA BASTA!”, los esbirros del régimen tendrán que deponer su actitud y llamar a elecciones, porque sencillamente es insostenible un régimen de pocos ante la determinación de muchos.
Así las cosas, no es incongruente decir “calle y voto, voto y calle” para avanzar hacia lo mejor, pues debemos asimilar que sin calle nunca más volveremos a experimentar el voto y habremos contribuido a perder la República.