La magra capacidad de convocatoria evidenciada por el liderazgo opositor desde finales del año pasado, es indicador claro de cuán impostergable es la tarea de diseñar nuevas estrategias a tono con el tipo de combate político que las actuales circunstancias demandan. El tiempo de organización con filigrana, que relanzó el movimiento desbaratado por la torpeza abstencionista de 2005 y por la abrumadora derrota sufrida en las presidenciales de 2006, pasó. La organización es un hecho, el andar en la calle lo demostró. El tiempo de acercar la Unidad a los sectores populares también feneció. Tan anhelada identificación se ganó. Los números de diciembre de 2015 son más que convincentes al respecto. Dicho de otra forma, la estrategia de sumar fuerzas se agotó, éstas se incrementaron con creces.
No es tiempo de acercarse de a poquito a la victoria. Es tiempo de ganar de una buena vez y, en consecuencia, ser gobierno y trabajar eficazmente en función del bienestar del pueblo. Victorias no cristalizadas en poder real siempre degeneran en derrotas vergonzosas. Así, nada en concreto puede hacerse para salvar al país del oscurantismo, el retroceso y la tragedia en que lo ha sumido el esperpento del chavismo. En el desalentador trueque de participación masiva a desmovilización creciente no caben ingenuidades. En esa voltereta pesan mucho el temor, la indefinición, la defensa de intereses grupales, bastardos y malsanos, y los cálculos inspirados en horas que sólo son perfectas para aquéllos a quienes les conviene. Hay culpables en esto, tanto por acción como por omisión. Sólo repensándose a sí mismo el liderazgo opositor puede demostrar que de verdad le importa el futuro de la gente.
¿Caminos por emprender? Sugiero uno, a guisa de inventario. Asumir la enorme diferencia, no propiamente semántica, entre los verbos exigir y obligar. Al totalitarismo, que en su ADN lleva la insana convicción de que la libertad del individuo es un estorbo para la construcción de arbitrarios y etéreos fines superiores, no se le exige que respete la voluntad del soberano. Lo que funciona en ese sentido es obligarlo a ello y eso sólo es posible si se convierte en problema irresoluble para la autocracia su abuso desmedido al desconocer el clamor nacido en la calle. Lugar común que la ciencia política enseña: si al despotismo no se le hace pagar altos costos por el sometimiento que ejerce sobre la sociedad, la transacción le resultará gananciosa y nada lo detendrá en su persistencia dictatorial.
Aquí el problema radica en que avanzar en la anterior dirección jamás se materializará si las incoherencias del liderazgo opositor generan desconfianza y/o escepticismo entre la población. No haber estado al frente cuando la historia lo demandó descalifica para salir de tanto en tanto con actos efectistas a ganarse la credibilidad arrojada al cesto de la basura. Pretender ganar espacio en los medios sentenciando que el presidente abandonó el cargo, a sabiendas de que tal proclama no tiene efecto práctico en lo que realmente importa como es el cambio de régimen, es una babosada. La inconsistencia es de marca mayor cuando luego te desdices al conminar al presidente, que según tú no ejerce el cargo, a rendir cuentas frente a una entelequia que ni siquiera publica sus acuerdos en Gaceta Oficial. La sabiduría popular es detector idóneo para reconocer a cabalidad cuando un político rueda cuesta abajo pasando de lo sublime a lo ridículo.
A veces, es necesario poner sobre el tapete lo políticamente incorrecto. Mucho de bobo tiene el que repite cansonamente que el gobierno no cuenta con respaldo popular, si poco o nada hace para crear el marco donde se obligue a medir tal falta de apoyo en urnas electorales. Lloriquear no es la fórmula. Mientras tanto, el carné de la patria se reparte.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3