El mayor o capitán, Diosdado Cabello, el hombre del cual se dijo por más tiempo, y hasta la saciedad, que era el segundo, o tercero de abordo durante los regímenes de Chávez y Maduro, parece hoy reducido a una incierta curul en la Asamblea Nacional que, por cierto, ejerce con una desidia cercana al abandono.
Nunca, o casi nunca, se deja ver por el salón de sesiones, y en cuanto a participar en las comisiones, o en los debates donde se deciden cuestiones fundamentales para intentar destrabar las relaciones oposición-gobierno, mucho menos.
En otras palabras que, para certificar que aún existe políticamente, hay que esperar el horario nocturno de los miércoles en Venezolana de Televisión (canal 8), para verlo desmandarse desde las 9 en uno de los peores programas de la televisión de todos los tiempos y países.
Hay quienes lo llaman “programucho”, pero yo prefiero llamarlo “bodrio”, según es la sarta de despropósitos, improperios, dislates y déficits que discurren y transcurren en imágenes y sonidos que solo pueden soportarse por el sadomasoquismo más desquiciado.
Pero, Diosdado, también puede ser usado por sus jefes de turno, Maduro o Tareck El Aissami, por ejemplo, en tareas menores pero aterrorizantes, como pueden ser la demanda que introdujo “por vilipendio” contra un grupo de medios impresos venezolanos que hoy mantienen a sus directores, editores y accionistas en el exilio, o para anunciar una campaña para que funcionarios públicos y presuntos beneficiarios del madurato, coloquen en sus sitios de trabajo, casas y taxis carteles con la leyenda: “Aquí no se habla mal de Chávez”.
O, lo que es lo mismo, que toda una atrocidad totalitaria y aberrante, copiada de las dictaduras comunistas de los tiempos de Stalin y que solo por la vía de la irracionalidad de la historia sobreviven en Cuba y Corea del Norte.
Pero que los émulos venezolanos de las dinastías de los Kim y los Castros no tienen empacho en copiar, según es el pánico que le tienen a situaciones como las que se vivieron en Ciudad Bolívar, Maracaibo, La Fría y San Cristóbal en diciembre pasado y donde afiches, retratos, posters y bustos del “comandante eterno” fueron quemados y barridos de la faz de la tierra.
Y por hombres y mujeres del pueblo que pasan hambre, con familiares, amigos y conocidos que han muerto o por falta de medicinas o la acción del hampa política y social.
Y que, si por alguna extrema necesidad se ven obligados a sobrevivir en un puesto público o recibir una casa, un taxi u otra prebenda del régimen, no van a cambiar de opiniones porque los obliguen a colocar un lamentable cartel en sus sitios de trabajo o viviendas.
En definitiva que, una campaña lamentable, encomendada a un burócrata menor, que ha fracasado en todas sus funciones públicas y que solo por la vía del delirio ha aspirado a suceder al primero, segundo o tercer hombre de la administración.
Para bajarlo de esa nube de una vez, Maduro, acaba de nombrar vicepresidente a Tareck Aissami, otro funcionario absolutamente menor como todos los que salen del horno cubanomadurista, pero como civil, más de la confianza de Raúl Castro que desprecia a todos los militares.
Y si son retirados, mucho más.