Norberto José Olivar: La política del regionalismo líquido

Norberto José Olivar: La política del regionalismo líquido

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El periodista René Labarca escribió, en 1902, que el maracaibero podría ser «el hombre más revolucionario de Venezuela» pero, que en verdad, «le importaban un pito las revoluciones».

Por Norberto José Olivar / @EldoctorNo





Esta ocurrencia, muy ajustada a los cromosomas locales, fue publicada en un pasquín de aquel año, La tira de Maracaibo, que el historiador Rutilio Ortega rescata en uno de sus libros. Estamos hablando, entre otras calamidades, de la reciente invasión de Carlos Rangel Garbiras y de los fragores de la Revolución Libertadora que, con sus fuegos encendidos, imagina uno en la distancia, mortificaron la existencia de los venezolanos de aquellos días.

Pero más que una ocurrencia, lo de Labarca es una descripción genial, en extremo, del político local. Pensemos, por caso cercano a la fecha de su texto, en las vueltas y volteretas, aún frescas en la memoria colectiva, de don Antonio Pulgar y su sobrino Venancio.

Recuerdo una novela, con poca suerte, Venancio Pulgar. Caudillo del Zulia (1986) de Pérez-Esclarín, que arranca, no casualmente, con don Antonio reprendiendo a su sobrino cuando este pretende arrestarle: «¿Qué pasa, Venancio?», «Nada, que vais preso, que se os terminó la brincadera. Hace cuatro meses os alzasteis a favor de Páez y ahora lo hacéis contra él. ¿Contra quién lo haréis mañana?»… La trama no tendría nada de particular si este, a quien llamanCaudillo del Zulia, no fuese sobrino de don Antonio.

Esto dice mucho, por supuesto, del carácter en coccióndel joven Venancio, de sus pulsiones gamonales y de un estilo de hacer política que se convirtió en escuela,que llamaremos con cierta alegría: la política del regionalismo líquido.Es decir, para nuestros políticos del patio, desde los decimonónicos hasta los de la era Twitter, todos los acuerdos son temporales y pasajeros. Nada es sólido. Ni siquiera las ideas de nación, empleo, familia, democracia, libertad, se encuentran en ellos como algo consistente. Y la tal zulianidad, cual lubricante político y cultural, se nos presenta como una cuestión emocional, pintoresca y, definitivamente, estúpida, carente de pensamiento, como diría el gran Zygmunt Bauman, claro, el gran Zygmunt Bauman jamás diría nada de estas tonterías siniestras y playeras.

Como quiera verse este embrollo, lo cierto es que Venancio Pulgar, volviendo al caso, perfeccionó el estilo líquido de la política local, lo digo pensando en aquel momento cuando le dio por desconocer al gobierno nacional, el 20 de mayo de 1869, declarando la autonomía del Zulia. José Ruperto Monagas le cortó entonces el festín y lo encerró en Puerto Cabello.Sin embargo, el 3 de agosto, pasados seis meses, se apodera de la fortaleza y apoya a Guzmán Blanco.

Así llega a gobernar al Zulia, al Distrito Federal, e incluso mete en cintura a José Pío Rebolledo, alzado en Ciudad Bolívar. Aparte de política liquida, tiene nuestro personaje una espada afilada, reconozcamos. En fin, diez años después, 1884, rompe con Guzmán Blanco y se va con Crespo; y apegado a su radical liquidez, vuelve a entenderse, de maravilla, con Guzmán Blanco. Su tío, Don Antonio, habría estado orgulloso del perfeccionado arte de su descendiente.

El problema con la política del regionalismo líquido es que carece de ideas, y la autonomía no es más que una forma de llamar la atención, una especie de petardo, no falto de cierta ridiculez. O digamos, también, que puede verse como un McGuffin (excusa inicial, abandonada luego), o para decirlo en términos lacustres, un brulote, y con ello entender lo que nos cuesta tanto aceptar en nuestros paisanos representantes: engaño, abordaje y botín.Espero que exista alguna acepción, por supuesto.

El arte de la política del regionalismo líquido ha llegado remasterizado al siglo XXI. La revolución bolivariana mucho ha tenido que ver con esta repotenciación, desde un poco antes si tomamos en cuenta quela gobernadora Aniyar de Castro se vio desechada por entusiastas practicantes del estilo líquido (saludables clones de la estirpe de los Pulgar), para anotarseen las nóminas de uno de los revolvedores del 4F, y transmutar, de pronto, en los «más revolucionario de Venezuela» aunque le valieran«un pito las revoluciones».

El arte de la política del regionalismo líquido es consustancial, faltaría menos, del regionalismo inmunológico que extraje, hace tiempo, del paradigma de Byung-Chul Han, pero no está de más repasar ahora la afirmación, absolutamente teórica, de que la política local se debería mostrar como un problema no compatible con la intención homogeneizadora de la revolución, y que más bien le correspondería ser un arma anti-viral, «algún tipo de reacción inmunitaria, al menos en los sentidos político y cultural», dije en esa oportunidad.

De manera que la revolución se ha valido de las técnicas de la política del regionalismo líquido para desmontar al regionalismo propiamente entendido, si es que alguna vez existió, y hacer de la mentada zulianidad un asunto vano,debilitando cualquier respuesta de «amplio espectro» capaz de destruir las infecciones provocadas por los gérmenes de este régimen degenerativo.

La magnífica mirada del señor René Labarca a la conducta política local puede explicar, con cierto dolor por el terruño —río con la frase—, por qué de estos lares nunca ha salido un movimiento político serio, capaz de ganar la confianza y la simpatía de la república. Y la revolución bolivariana, «para bien y para mal», se ha encargado de darle la razón.

@EldoctorNo