Ya había comenzado a entender el carácter macabro y elocuente de la consigna “patria, socialismo o muerte” que instauró aquel sátrapa golpista, de quien la peste co-mandante, esa cosa aposentada en palacio, no quiere que se hable mal.
No sé cuántos ministros y planes han tenido vida (mala, por cierto) durante esta desgracia que se llama chavismo y que en mala nos desgobierna, pero sí es evidente que no han servido para nada, que no sea la demostración de su incapacidad o ineficiencia, o lo que es peor, la firme y siniestra voluntad de acabar con Venezuela, sus instituciones, y sus gentes.
Ayer viernes las cifras aumentaron, full las morgues “Hugo Chávez”, seguramente y para desdicha nuestra, quizás esos números se incrementen. Como se observa, no bastó suprimir la muerte del fatídico grito de guerra chavista, pues en las calles sigue tan oronda, con hampa armada y desalmada y con impunidad garantizada.
No hace falta ahora comprender “patria y socialismo”, pues ya son conocidas por todos las ideas explosivas y los planes diabólicos del gobierno rojo rojito que, asido al poder y negando toda posibilidad legal de cambio, se empeña en carnetizar, controlar socialmente, militarizar todo espacio civil, no hacer nada efectivo para impedir que más penurias se ciernen sobre Venezuela, y en fin, llevar a cabo esa locura contemplada en el llamado “plan de la patria” con fines de perpetuarse en el poder.
No hay dudas, cada vez son más las víctimas que sufren la acción del hampa, quienes son atracados, agredidos y hasta asesinados. Son pocas las familias que pueden decir que no conocen un caso cercano a ellos. Las cifras que se informan todos los fines de semanas son alarmantes, es evidente el desbordamiento de la delincuencia, está en el ambiente un tufo a impunidad y se observa la evidente superioridad de los grupos delictivos sobre los cuerpos policiales, pues aquéllos actúan mejor armados.
Venezuela pareciera marchar hacia una sociedad de viudas y huérfanos. Una sociedad de deudos. Conviene reclamar legítimamente una acción efectiva y contundente del gobierno, para que se atreva a declararle de una vez por todas, la firme y decidida guerra al hampa. Porque lo que vive hoy la sociedad, víctima del hampa impune, es una verdadera guerra asimétrica.
Los ciudadanos estamos en evidente desventaja sin esbirros ni vehículos blindados, frente a la delincuencia “bien” armada. Hoy la colectividad demanda la seguridad para sus integrantes y sus bienes, ello comporta la legítima aspiración para la protección de sus derechos, para evitar la comisión de delitos, para la investigación de lo ocurrido y para la sanción de los culpables. ¿Por qué acostumbrarse a convivir con la violencia?
Digamos no al conformismo y a la resignación. No debe ser nuestra la costumbre de esperar cada inicio de semana para enterarnos de los informes policiales o periodísticos, suerte de partes de guerra.
Los medios de comunicación al servicio del Estado, que no del gobierno, deberían reseñar los nefastos hechos que involucran la acción despiadada del hampa. Sería bueno ver a esos verdaderos monumentos a la sumisión y la estulticia que son los programas de VTV, y otros de similar naturaleza, opinando e informando sobre la recurrente acción delictiva. ¿Será posible?
Que todo esto desaparezca o disminuya notablemente de la noche a la mañana lucirá algo platónico, iluso, soñador; pero, aún así, más somos los que queremos salir de la barbarie, y el gobierno tiene la responsabilidad de imponer el orden con políticas efectivas, no efectistas, y aplicar un serio y coordinado plan de seguridad y de desarme.
Se trata de garantizar el derecho a la vida, que es el único que nos permite ejercer los otros derechos, porque patria en revoltillo con socialismo no puede ser sinónimo de muerte. La inseguridad, la violencia, la impunidad, y ¿por qué no decirlo?, también el clima de intolerancia política, ponen al descubierto la angustiosa realidad, llena de dolor que hoy se vive en nuestro país; negarla es igual que darle la espalda al pueblo que la padece.
Acaso la geografía, de pronto, se nos hizo un valle de balas de ida y vuelta, un eco perenne de sirenas, un paisaje de puñales.
¡Dominus vobiscum!
Jesús Peñalver