Mary Carmen Amarista Herrera se robaría la vida de procesados con decisiones infructíferas, sin pensar en asumir responsabilidades, una farsa convertida en fraude, y eso es peor que la muerte. Incurriría en apoderamiento ilegal de personas por medio de desidia judicial, para privarlos de libertad indefinidamente y exigir la recompensa, como habrían hecho Marjorie Calderón Guerrero, Juan Luis Ibarra, Luisa Ortega Díaz, Roberto Acosta Garrido y Luis Verde Coronado, alcanzando sorprendentes niveles de morbosidad en procesos judiciales en el que todo entendimiento se reduciría a un arreglo extorsivo, porque en verdad, estos juzgadores, de la catadura de Mary Carmen Amarista Herrera, no sólo habrían aprendido de organizaciones criminales sino que se parecerían cada vez más a éstas.
En medio de la injusticia e impunidad, extendidas a todo el país, Mary Carmen Amarista Herrera, al igual que otros juzgadores en Aragua, afectaría proyectos de vida, principalmente tomando parte en una estrategia dirigida al ablandamiento de la clase política opositora, con serios efectos en la sociedad, porque en el fondo da lugar a secuestros solapados con persecuciones penales dirigidas a castigar al adversario político más no a delitos, por ser inexistentes, en una clara demostración de fuerza del gobierno, causando psicosis tanto entre quienes han sido víctimas como en quienes no lo han sufrido.
Ese castigo, como todas las acciones siniestras, y también las buenas, según la sabiduría popular, se devuelve, una realidad que la Juez Mary Carmen Amarista Herrera sabrá inexorable luego del desenlace fatal de una pelea entre dos de sus hermanos, en la cual resultó muerto uno de éstos, rememorando el episodio de Caín con Abel, referencia bíblica que hacemos por ser evangélicos los contendientes, una trágica experiencia de vida que seguramente le hará recordar a la juzgadora que hay valores que van por dentro que no vale la pena borrar por apetencias personales.
Es de cristianos acompañarla en su dolor, el cual respetamos, pero no su decisión de sumirse en esa pesadumbre paralizando el Tribunal Quinto de Juicio, pues ella no respeta el dolor ajeno; en caso contrario, no le hubiese negado a Kamel Salame el permiso que por derecho le correspondía para asistir al sepelio de su padre, ni fustigado al anciano Hilarión Yovera teniéndolo tras las rejas con más de 70 años de edad y sabiendo que su esposa estaba al borde de la muerte, como tampoco habría dejado morir de mengua a un funcionario policial privado de libertad, sin obviar que sumió en la penumbra carcelaria a Darwin Parra, Anderson Molina, Daniel Marín, Heriberto Pérez, Martín Torrealba y Rubén Marín hasta quebrantar su moral con un retardo procesal mayor de 4 años para que admitieran hechos encuadrados en delitos menos graves por los cuales nunca debieron estar privados de libertad, todo como resultado de esa obstinación punitiva que la caracterizaría y que hoy se ve quebrantada por un pase de factura de la vida misma.
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