La educación, sin duda, es la actividad más importante de un país y vale cuánto dinero se invierta en ella, sea en formación del maestro, como en infraestructura, o en procesos y tecnología, porque al final hablamos de creación del capital humano, el activo más importante de una nación. Venezuela será lo que sus ciudadanos instruidos decidan que sea, de manera que formarlos con base en valores, pero también con actitudes emprendedoras y sobre todo, con habilidades cognitivas que sirvan para la resolución de problemas prácticos, así como brindarles los conocimientos necesarios para afrontar las exigencias laborales y hacerlos más creativos de manera de poder enfrentar con éxito los retos del futuro, es un imperativo que no debe tener obstáculos. Una sociedad educada promueve el desarrollo cultural, acepta la diversidad, se integra mejor al mundo, tiene una mentalidad más abierta al cambio, favorece la evolución social, promueve nuevos paradigmas políticos, es más proclive a entender las tendencias hacia donde se enrumba el mundo y tiene una mayor sensibilidad a preservar el planeta.
Por lo tanto la educación, con sus derivaciones en ciencia y tecnología, es una condición sine qua non para alcanzar el desarrollo. Somos de los que pensamos que tiene un peso semejante o quizás mayor, que la economía o el petróleo, cuando hablamos de los temas de progreso. Ahora bien, lo que se está cuestionando últimamente, es lo decisivo de la educación en términos del crecimiento económico; en efecto, la mayor escolaridad de la fuerza laboral del mundo, alcanzada entre la década de los sesenta del siglo XX y el año 2010, se multiplicó por 3, en tanto que la riqueza generada en ese mismo período se multiplicó por 1,7. Países como México, Panamá y en general América Latina, han invertido grandes recursos financieros en educación, sin poder acceder a los niveles de desarrollo de los tigres asiáticos o de China. Esto revela que el rendimiento de esa inversión ha sido bajo y que no basta con aumentar los años de permanencia en la escuela, sino que el modelo educativo debe cambiar a uno que privilegie el aprendizaje sobre la enseñanza, de manera que el alumno no memorice contenidos sino que desarrolle habilidades de pensamiento para resolver dificultades reales y ser más imaginativo.
En esto último se ha basado hoy día la calidad del trabajador asiático; sin embargo como la escuela no puede satisfacer todas las expectativas empresariales, es la educación para el trabajo, impartida en los centros laborales, recintos que tienen sus necesidades propias y que requieren diseñar una formación práctica, la que permite a la mano de obra empleada ser altamente productiva y eficiente. Al respecto Japón fue un innovador con la llamada Teoría Z, un modelo de gestión empresarial nipona que permite planificar la carrera de sus trabajadores, promoviendo la formación continua, enfocando las habilidades de los empleados hacia las necesidades específicas de la compañía, permitiendo a quienes laboran en ellas recorrer diferentes funciones y departamentos y ofreciendo un proceso lento de evaluación y promoción, así como un empleo a largo plazo. Aunque la crisis deflacionaria posterior de Japón, puso en entredicho el trabajo de por vida, eso no demerita la calidad de la formación para el trabajo y la cultura organizacional que apoya al trabajador. Alemania por su parte, con su reconocida educación dual (para el trabajo), en un magnífico ejemplo de formación de jóvenes tanto en lo académico como en lo laboral, de lo valioso que es recibir una remuneración mientras dure la formación y lo importante que es contar con un empleo al concluir la etapa educativa. Lo que queda claro es que la escuela debe formar personas con mejores habilidades, pero es la empresa la que debe impartir una formación específica que permita a sus trabajadores ser productivos en el manejo de las tareas, actividades y procesos que deban cumplir; esta es la vía para que los países puedan crecer económicamente de forma sostenida.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas 23 de Febrero de 2017