Estas pruebas se conocen como el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos, PISA, por sus siglas en inglés y las promueve la Organización para el Desarrollo Económico (OCDE); se realizan cada tres años y miden el desempeño en ciencias, lectura y matemáticas de más de 500 mil adolescentes, de 15 años, en 72 países. Lo que pretenden los diseñadores de estas pruebas es que la educación se aleje de un sistema enfocado en la enseñanza de contenidos y que se ponga énfasis en que los estudiantes aprendan a pensar científicamente: generar hipótesis y diseñar experimentos para probarla; distinguir entre un hecho y una hipótesis. La evaluación se enfoca en los procesos cognitivos que intervienen en la resolución de problemas prácticos; es decir, se evalúa la exploración, comprensión, representación, formulación, planificación, ejecución y reflexión, entre otras exigencias para resolver problemas. Se espera que los estudiantes primero observen e interactúen con el problema y luego formulen una hipótesis para resolverlo. Igualmente se espera que la enseñanza se enfoque en la comprensión de conceptos y que los estudiantes asimilen la esencia de su disciplina y se apasionen por ella. La preparación de los alumnos para estas pruebas logró disminuir la repitencia en el nivel primario de los países latinoamericanos participantes entre 2003 y 2013. Esto se logró gracias a ofrecer mejores salarios docentes, migración hacia la escuelas de jornada completa, reformas curriculares progresivas, evaluaciones por escuela que pusieron el foco en el aprendizaje, libros de texto universales y una creciente valorización de la carrera docente.
Las pruebas PISA tienen grandes beneficios y los países deberían participar de ellas, aunque Venezuela no lo haga. Son rigurosas, miden competencias y no contenidos memorizables, permiten grandes comparaciones sobre diversas dimensiones de los sistemas educativos. Pero ni aún esto no las exime de errores y de problemas de adaptación cultural. Estas pruebas sólo miden algunas áreas a una única edad. Fuera de ellas quedan los jóvenes no evaluados, porque están fuera de la escuela o en áreas remotas o con más edad; como tampoco se considera lo que se aprende en ciencias sociales, artes, educación física, educación ciudadana y muchas otras áreas; además no mide lo que se aprende en otras edades. Tampoco evalúa la evolución de los estudiantes a lo largo de los años.
PISA ha generado también bastante controversia por su metodología y diseño, generando dudas, cosa que comparte con muchos exámenes estándar, sobre si miden de forma adecuada la calidad de la enseñanza. También por el hecho de que no considera efectivamente la diversidad de contextos de unos sistemas de educación tan dispares. En comunicación fechada en 2014, dirigida por académicos en educación de todas partes del mundo, al director del Programa PISA de la OCDE, se expresaron profundas preocupaciones por el impacto de estas pruebas y pidieron que se detuviera la siguiente ronda de exámenes. Más aún los firmantes llegaron a expresar que la OCDE y las pruebas PISA estaban dañando la educación en todo el mundo. A pesar de las fundamentadas reservas contra las pruebas estandarizadas, PISA ha incrementado la dependencia en las mediciones cuantitativas. Esta prueba ha estimulado la atención a soluciones de corto plazo, diseñadas para ayudar a un país a escalar rápidamente en la clasificación, a pesar de que en la práctica las investigaciones muestran que los cambios duraderos en la educación toman décadas, no pocos años. En Singapur y China los estudiantes enfrentan grandes presiones para tener buenos resultados en los exámenes, tienen una gran carga académica y dedican enormes cantidades de tiempo a la preparación de pruebas. Por ello la educación acaba convirtiéndose en una preparación para exámenes. Finlandia, en cambio, basa su educación en valores. Creemos que las Pruebas PISA no son malas, pero hay que complementar la educación con materias humanísticas y sobre todo con valores.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas, 23 de marzo de 2017