No sé qué barómetro puede calcular la felicidad. Desconozco si toman en cuenta el sentido común o sólo empalman sonrisas callejera, cuantificadas para comprender si nos rebosa la prosperidad y el bienestar. No imagino a un encuestador desdeñoso con su febril bolígrafo, tachando las miradas abismales o plasmando con ganchos certeros, las carcajadas imponentes en su instrumento de medición.
Lo cierto es que pese a crearse hace unos años —con el perezoso ingenio socialista—, el inservible Ministerio de la Suprema Felicidad, hoy acontece que nuestro país con todo y su instancia de pacotilla, ha sido la nación con la bajada más pronunciada de los indicadores de felicidad en todo el planeta en los últimos 12 años.
Tal sentencia está recogida en el Informe Mundial de la Felicidad de 2017 elaborado por la ONU, el cual estipula como un hallazgo riguroso, que la mayoría de los índices subieron en Sudamérica, siendo la pequeña Costa Rica la nación más feliz en esta parte del mundo, que sin tanto alboroto político y sin las complicaciones precipitadas de los energéticos, tiene una placidez a toda prueba o un chiste oportuno resonando en la cabeza de sus ciudadanos.
Con esta carga positiva de emociones, a Costa Rica le valió el puesto undécimo de la clasificación mundial encabezada por Noruega, mientras que en este peculiar informe, nuestra Venezuela se halla en el lugar 82, siendo más fácil emitir un bostezo agudo o una lágrima de desaliento, que esbozar la antigua risotada de la guasa nacional.
Diversos indicadores fueron analizados por un grupo infalible de expertos, el cual al examinar cada sistema político, la corrupción, los recursos contados, la situación sanitaria y la educación, se habrán preguntado en plenas indagaciones sobre nuestro país, quiénes pueden ser felices en semejante catástrofe.
A toda ojeada somos unas de las naciones del hemisferio más ricas en recursos naturales, pero a su vez el territorio más pobre en ánimos y optimismo, pese a veces bromear de nuestra atronadora desgracia.
La risa es una suerte de movimientos convulsivos que llegan hasta los músculos del abdomen cuando es extensa e intensa, pero la reducción de la panza ha sido tan contundente, que a veces ni llega un bocado de alimento y muchos menos una risita inusual.
El hambre, la enfermedad, la exclusión, la delincuencia desatada y el pánico político no son cosa de risa. No hay forma de granjearse una simpatía en la sociedad, mientras sigamos enfrascados en este detestable socialismo que reparte la desdicha masivamente, sometiendo al pueblo a su dependencia de migajas y a su cumplimiento como guía al uso de los dictámenes cubanos.
En esta indigestión del buen genio, ya en Venezuela nadie se muere de la risa. Los cementerios del humor no cuentan con ingresos, así tramites en colas interminables el carnet de la patria. Ya ni programas cómicos se transmiten en la televisión nacional y sólo nos queda el recuerda que una vez estuvimos inconformes de nuestra propia felicidad. Pero llegó este sistema político con sus promesas subterráneas para quitarnos los privilegios, hasta el de poder reírnos de nuestra triste realidad.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571