Por el dramatismo en ellas reflejado, dos imágenes que en los últimos días han circulado copiosamente en portales informativos digitales y en las llamadas redes sociales, donde a veces, quizás sin ser consciente de ello, se ejerce sobre la marcha la función del citizen journalism, definen a Venezuela espantosamente herida por el sino de la autodenominada revolución bolivariana. La primera es la de un grupo de funcionarios de un cuerpo de seguridad del Estado que, actuando en medio de la represión a cierta manifestación opositora, detienen a un músico que se dirigía al ensayo vespertino de ese día y le despojan del maletín donde transportaba el instrumento musical, un corno, entiendo. Acto seguido, uno de esos funcionarios corre por la calle con el maletín en la mano, sin tener la más mínima idea de lo que tal objeto en sí mismo representaba.
Así se (des)gobierna este país hace 18 años. Sin conocerlo, sin entenderlo, sin hacer de él la lectura adecuada y correspondiente; con inusitado temor por lo que se ignora es bueno para enaltecer el gentilicio y enrumbar la sociedad hacia satisfactorios grados de prosperidad; desplegando desconfianza rayana en el paroxismo y crueldad propia de la cobardía contra todo aquello que provenga de la acera contraria, sólo porque desde allí se mira el mundo con óptica diferente. Al final de la jornada, al funcionario que portaba el maletín le restó tan sólo la posibilidad de huir hacia delante, llevándose en su desesperado correr todo lo que encontraba a su paso. De tal forma se comportan los actuales usufructuarios del poder. Por eso las erráticas políticas traducidas en hambre, miseria, escasez, sufrimiento. Por eso las amenazas, las dantescas invocaciones a la sangre, las expresiones rabiosas que anuncian desde siempre el desprecio a la soberanía popular cuando se puntualiza que el pronunciamiento de ésta será desoído. Pobre gente espelucada por el sonido surgido de un inofensivo instrumento musical.
La segunda imagen es la de un joven de menos de 20 años cuya presencia en una manifestación en los Alto Mirandinos le truncó la existencia. El inmenso odio por la vida, el frenético, fanático y orate culto por la violencia, la abominación por el futuro, la indolencia frente al dolor de unos padres a los que así se les desgarró con vesania el corazón, la rastrera desproporción en el acto cometido, todo ello se conjuga en el alma torva de quien ordena y de quien ejecuta. Es similar manera de evidenciar la enferma y malévola conducta de quien es capaz de tartajear incomprensibles oraciones que aplaude y ríe a rabiar la claque dispuesta para tales fines (en algunos casos, obligada, y en otros, gustosa), mientras se desatiende el angustioso llamado de quienes aprietan con sus manos el estómago para tratar de acallar el hambre o de los que se suman en la angustiosa situación de saber que se les acortó la vida porque no habrá medicamentos que los salven. La justicia de los hombres y la justicia divina claman a gritos desde la conciencia de la venezolanidad.
Quizás, lo más triste del cuadro descrito, es que mientras todo esto pasaba, algunos chateaban contando lo que el horóscopo determinaba para el signo de géminis en esos días y otros continuaban su estúpido e infantil juego de la hipócrita irreverencia criticando a diestra y siniestra. Tranquilos. Quédense en su casa. Ustedes no le hacen falta a la ciudadanía. Al fin y al cabo, van a estorbar a la hora de reconstruir el país.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3