Al menos 90 combatientes del grupo Estado Islámico (EI) murieron en Afganistán por el lanzamiento de la bomba no nuclear más potente de Estados Unidos, según un nuevo balance comunicado este sábado, mientras las fuerzas afganas proseguían sus operaciones contra los yihadistas.
AFP
La aviación estadounidense utilizó el jueves por primera vez en combate la GBU-4/B3, una bomba aérea de artillería masiva (MOAB), conocida como “la madre de todas las bombas”, contra posiciones del grupo yihadista en la provincia oriental de Nangarhar, fronteriza con Pakistán.
La explosión destruyó escondites del EI, una red de cuevas y túneles que sus combatientes habían minado para impedir ofensivas terrestres, en esa zona montañosa y remota de Afganistán.
Esmail Shinwar, gobernador del distrito de Achin, bastión del EI en Nangarhar, aseguró que “al menos 92 combatientes de Dáesh (acrónimo árabe del EI) murieron” en el bombardeo. “Los civiles habían sido informados con antelación y pudieron huir de la región”, añadió.
Según él, las tropas afganas y estadounidenses avanzaban lentamente este sábado por el área cubierta de minas, donde permanecían algunas bolsas de yihadistas. “Nuevos combatientes acudieron probablemente desde el otro lado de la frontera para recoger los cadáveres”, explicó.
El portavoz del gobernador provincial, Attaulah Khogyani, informó por su parte de “90 combatientes de Dáesh abatidos” y confirmó a la AFP “una operación de limpieza realizada con éxito”.
La víspera, el EI desmintió haber sufrido bajas en el ataque a través de su órgano de propaganda, Amaq.
“Desproporcionado”
El bombardeo se produjo después que los combates entre los yihadistas y las tropas afganas se recrudecieran la semana pasada, y que Estados Unidos perdiera a un soldado de sus fuerzas especiales el 8 de abril en Nangarhar.
“El enemigo creó búnkeres, túneles y extensos campos de minas, y esa arma se utilizó para reducir esos obstáculos y poder seguir con nuestra ofensiva en Nangarhar”, dijo el comandante de las fuerzas estadounidenses en el país, el general John Nicholson, para justificar el uso de la bomba.
El presidente afgano Ashar Ghani defendió el ataque alegando que iba destinado a “respaldar los esfuerzos de las Fuerzas Afganas de Seguridad Nacional y las tropas estadounidenses que llevan a cabo operaciones” contra el EI en la región.
Algunos analistas calificaron, sin embargo, el bombardeo de “desproporcionado”.
“La administración Trump ha hecho mucho ruido con esa bomba, pero la situación general sigue siendo la misma en el terreno: los talibanes continúan librando una insurgencia feroz. En comparación, el ISIS (siglas en inglés para el EI) es un actor secundario”, opinó Michael Kugelman del centro Woodrow Wilson de Washington.
“Desde un punto de vista estratégico, hay un mensaje inquietante aquí: Estados Unidos provocó un enorme choque y realizó una misión impresionante contra un enemigo que ni siquiera es su mayor amenaza en Afganistán. Los talibanes continúan en una situación favorable”, añadió.
Un portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, criticó en un comunicado el hecho de que Estados Unidos utilice a “Afganistán como un laboratorio experimental” y opinó que eliminar a Dáesh era “el trabajo de los afganos”.
Se espera que ese grupo insurgente, que tiene muchos más combatientes que el EI en el país, anuncie pronto el inicio de su ofensiva de primavera.
La provincia de Nangarhar, fronteriza con Pakistán, es la primera región de asentamiento en Afganistán del EI, que avanzó en los últimos años el país reclutando en especial a talibanes afganos o paquistaníes desencantados.
Desde agosto de 2016, las fuerzas estadounidenses han llevado a cabo varios ataques aéreos en Afganistán contra los bastiones yihadistas. Los esfuerzos conjuntos de las fuerzas afganas y estadounidenses han hecho retroceder a los combatientes del EI.