Alexei Guerra Sotillo: Ante la infamia, un violín

Alexei Guerra Sotillo: Ante la infamia, un violín

 

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Dos jóvenes protestan, y resisten la lluvia de lacrimógenas que, no demasiado lejos, le lanzan efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana. El video es breve; lo suficiente para que la escena taladre tu mente y le abra un boquete a tu asombro y desesperanza. Mientras uno de ellos se cubre de las bombas que rebosan de gas y represión con un escudo improvisado, el otro, a su lado, toca un violín. Las notas del himno nacional que salen de esas cuerdas, flotan en el aire disipando el horror hecho humo y represalia. Los acordes del Gloria al Bravo Pueblo, parecen darles fuerza y vigor. A ellos, y a todo un país.





Nicolás Maduro, careta visible de un régimen militar, navega en la pompa y artificio de un parapeto extraído de la manga del poder, en un juego de cartas marcadas que ha ideado, con el cual aspira a ocultar los rasgos ya claros y visibles de la tiranía que dirige. Su desconocimiento de la voluntad popular ha ido escalando, superando su propia capacidad de mentir y violar la Constitución. Obviaron las elecciones regionales. Bloquearon el proceso revocatorio. Aniquilaron y usurparon funciones de la Asamblea Nacional. Han encarcelado, destituido e inhabilitado a dirigentes opositores electos. Pero súbitamente, su negativa a convocar cualquier elección abierta y democrática, al saber que saldrán inexorablemente derrotados, se convierte de repente en un fraude con barniz constituyente, diseñado para realizarse a su medida, violando la Constitución, con quienes ellos decidan y con bases manipuladas, para garantizar que sea la de ellos, y no la voluntad de una nación, la que se exprese con voto universal, directo y secreto. Un arrebato delincuencial con aroma “constituyente”.

Dos jóvenes protestan, y arriesgan su vida en un país cuyo gobierno los tilda de terroristas y criminales por no aceptar su catecismo comunal y revolucionario, por su negativa a aplaudir el regodeo de la miseria que alienta el régimen. Su único delito: querer vivir en un país libre, donde el futuro sea una ruta o posibilidad elegida, y no una dádiva benévola, o una caja con migajas de comida, a cambio de su sumisión y obediencia a un delirio autocrático. La que se libra hoy en las calles de Venezuela es una batalla entre la firme y lúcida rebeldía e inteligencia de los jóvenes, y la minoría del terror. Avanzan, retroceden, se agachan, pero el violín sigue sonando. El talento y la irreverencia de una generación que nació en “revolución”, desafían con el peligro de su arte la ignorancia del poder.

La élite de la revolución se asume eterna e inalterable. Dijeron que no abandonarían el poder, y pretenden cumplir con esa promesa, al costo que sea. Hambre y miedo habitan las almas de millones de venezolanos, que padecen los efectos de la devastación de un modelo estatista y anti-empresarial que engendró la actual y trágica crisis, la peor de nuestra historia. Su “constituyente” intenta permitirles seguir el saqueo y su impune desvarío. Pero el hambre aumenta y el miedo se va perdiendo. El cambio es un clamor.

Dos jóvenes protestan, y con ellos, millones de jóvenes y todo un país. La protesta es un imperativo ya no político sino moral, que en defensa propia, se esgrime contra una pretensión dictatorial. La libertad como anhelo alimenta la resistencia. Ellos siguen allí, en medio de la calle. Y su mensaje nos alienta, y disipa cualquier duda. Ante la infamia, un violín.

@alexeiguerra