Hay muchas maneras de romper el silencio que ha envuelto la tragedia venezolana durante tantos años. Lo que pasó en la Komische Oper en Berlín el viernes, justo cuando Mirga, la orquesta y yo estábamos a punto de empezar el Concierto de Tchaikovsky No. 1, fue tan sorprendente como desesperado y profundamente conmovedor.
Para nuestra sorpresa, un hombre y una mujer venezolanos sentados en la primera fila a la izquierda se pusieron de pie y empezaron a cantar el Himno Nacional venezolano. Todos nos quedamos atónitos. Me volteé a escucharlos, a observar y admirar el coraje que debe haber requerido que estas dos personas rompieran el silencio, el aura sagrada de este templo de la música clásica.
¿Quién se atreve a hacer algo así?
Les diré quién y por qué.
Dos personas que han perdido y sufrido tanto, a cuyas familias se les ha robado tanto, que sabían que romper el silencio en ese preciso momento, en el que toda la atención está centrada en las primeras notas de música, que representa lo mejor de la humanidad, era una oportunidad perfecta para acercar la audiencia a la tragedia venezolana y despertar al mundo de su complacencia ante la devastación.
Después de algunos minutos de atenta escucha por parte de la audiencia, la cual aprecio sobremanera pues la mayoría de ellos no comprendían este acto de protesta y grito desesperado, Mirga dio inicio al concierto. Me dirigí hacia el piano y comencé a tocar la interpretación más desgarradora y poderosa de este concierto que haya dado jamás.
Después del aplauso, como suelo hacer, tomé el micrófono antes de dar el bis. Colgado al cuello llevaba el collar nuevo que me mandé a hacer con los colores de la bandera de Venezuela. Me senté para explicar a la audiencia lo que acababa de pasar.
Empecé diciendo: “quiero explicar lo que ha sucedido. Esta pareja, a la que no conozco, entonó con mucha valentía nuestro Himno Nacional, para recordar al mundo que, fuera de estas paredes, de la seguridad de esta sala de conciertos, hay muchas personas que están sufriendo. Nuestro país, Venezuela, está sufriendo y atravesando sus días más espantosos”.
En ese momento un hombre gritó desde uno de los balcones en alemán “este no es el lugar para hablar de política”.
Por supuesto que inmediatamente le respondí fuerte y claro que “SI LA MÚSICA NO TIENE QUE VER CON LA HUMANIDAD, ENTONCES NO SIGNIFICA NADA”.
El público me apoyó con un gran aplauso, diciéndonos que había entendido nuestro mensaje.
Si no osamos romper el silencio de la opresión y la apatía, el poder y la avaricia seguirán construyendo muros y destruyendo nuestra humanidad