En 1959 el dictador de Haití, François Duvalier, creó una tenebrosa fuerza paramilitar de represión, que fue bautizada como Les Tontons Macoutes. Sombríos personajes cuya sola mención aterrorizaba a la población. Asustaba saber de las andanzas de aquella banda de esbirros del régimen, numerosa, fieles practicantes del Vudú africano, que sumaban a su extrema violencia y crueldad contra los adversarios de la dictadura, la superstición y las prácticas de la magia negra. Hordas de fanáticos, en su mayoría analfabetas, que arrasaban las calles de Puerto Príncipe y a quienes además del asedio, tortura y asesinato de opositores, les estaba también permitido financiarse a través del robo y la extorsión.
Durante décadas, los venezolanos, por razones políticas, sociales y económicas nos hamos sentido siempre bastante lejanos de este vecino país caribeño. Pero el prolongado flagelo castro-madurista, que cada vez nos aleja más del progreso de los demás países liberados por Bolívar y de los más australes del continente, gradualmente nos acerca al pobre y desdichado Haití. Al Haití de la era Duvalier. Por eso, no es de sorprenderse que esta desmesura totalitaria haya gestado la idea de un malandraje paramilitar bautizado como colectivos, que poco tiene que envidiarles a los tontons macoutes. No sabemos si también, como los de la isla, practican el Vudú, pero no han de estar lejos porque la nigromancia es otra de las pestes que nos han traído de Cuba.
Una diferencia con Haití es que allá, las fuerzas armadas eran recelosas y se distanciaban de los tontons macoutes, pupilos consentidos del dictador Duvalier, en tanto que nuestros brutales colectivos gozan del beneplácito y apoyo de la Guardia Nacional, como se evidenció en el salvaje asalto a la Asamblea Nacional el pasado 5 de julio.