Esto ya se ha dicho, pero siento que hay que seguirlo diciendo, y como me gusta ser histórico, me permito recordarles algunas edades de líderes políticos que realmente generaron juntos, y a veces revueltos y otras enfrentados, cambios muy hondos en las Venezuelas de estos dos últimos siglos.
Era el año 1928 cuando seguía el silencio espeso sobre Venezuela, tiempo de chácharos y de lenta construcción de una fuerza armada moderna y disciplinada. No porque a Juan Vicente Gómez le inspiraran admiración los militares serios, sino porque estaba convencido de que más seguro para apoyar su mando era una fuerza armada disciplinada, bien organizada y con una línea de mando que terminara en él -los militares siguen llamando “mi comandante en jefe” al Presidente de la República, sea quien sea, aunque en algún momento lo tumben.
Gómez no era un lerdo como algunos han querido pensar, analizaba y sacaba consecuencias, y por eso también construyó carreteras modernas de norte (Caracas) a sur y de este a oeste. No por el progreso como tal, ni para acceder a sus haciendas que estaban, al menos las que de verdad le gustaban, cerca de Caracas. Construyó carreteras para que esa fuerza armada pudiera desplazarse con rapidez a donde él la enviara a reprimir a quien se pusiera fantasioso y soñara relevos. Entendió Gómez a tiempo que la caballería empezaba a dividirse entre tropas para desfiles y grupos de tanques de guerra. Para el tiempo del transporte cada año más rápido, a falta de ferrocarriles construyó carreteras.
A los tiranos se les da bien el control por las armas y el terror y el impulso de la economía con el motor de las obras públicas, y suelen descuidar a los seres humanos que mantienen atemorizados y aplastados, no entienden que cada preso genera temor pero también rabia, y cada muerto algún vengador.
Con Venezuela en un puño, y bien controlada por policías y militares disciplinados, no se dio cuenta, mientras generales y ricos lo acompañaban en caravana a Maracay, del hervor que le crecía justo bajo los pies, que finalmente estalló en lo que dio en llamarse “la generación del ‘28”, porque fue ese año, 1928, cuando aprovechando con viveza juvenil unos carnavales, los estudiantes universitarios estremecieron al duro tachirense y a sus guardianes y esbirros. No llegaron a tumbarlo, pero lo jamaquearon.
Y por ahí viene el cuento, sólo para empezar por alguna parte y no tener que irnos hasta aquellos jóvenes de la primera década del siglo XIX, cuando en 1810 Simón Bolívar era un agitado cagaleches de 20 años y muchos de los hombres que terminaron siguiéndolo a veinte años de batallas andaban por esa edad o pocos años más, los viejos era Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi, y el abuelo que deslumbraba, pero ni entendía ni se daba a entender, era Francisco de Miranda. Andrés Bello tenía un par de años más que s indisciplinado alumno Bolívar, y a era sabio.
No fueron sólo ellos, pero nuestras guerras de liberación desde Caracas hasta La Paz fueron lideradas y peleadas en mucho por adolescentes, la juventud es parte muy importante de nuestra historia. En 1928 aquella algarabía de jóvenes universitarios, algunos incluso de muy buenas, encopetadas y gomecistas familias, que transformaron la elección de la reina del carnaval en una rebelión histórica contra el todopoderoso Gómez, fue el alzamiento de los muchachos.
Rómulo Betancourt tenía 20 años, Edmundo Fernández 23, Miguel Otero Silva 20 años, los mismos que tenía Jóvito Villalba, Raúl Leoni tenía 23 y el viejito era Andrés Eloy Blanco ya con 32 años, y estos sólo para citar algunos que se me vienen a la memoria sin mucho consultar.
Porque lo que interesa es que tras ellos -tuvieron de todos modos que esperar la muerte del tirano casi 10 años y después varios exilios y cárceles- siguieron varios gobiernos dictatoriales y democráticos con todos tipo de hombres, incluyendo dirigentes que se eternizaban y bloqueaban a sus sucesores aunque fueran sus alumnos más queridos.
Y resulta que nuevamente es una dictadura la que genera una nueva camada de luchadores y liberadores que no sólo está en las calles enfrentando, con todos los esfuerzos, voluntades, contexturas y orígenes sociales, económicos y culturales a la fuerza armada y feroz de la represión, sino que todo indica que no están dispuestos ni a abandonar la lucha por cansancio, ni a regresar a sus casas a lamerse las heridas y a sus rutinas habituales.
Unos cien de ellos han perdido sus vidas, pero ninguno de los muertos, heridos y presos a golpes y maltratos ha desanimado a estos adolescentes de la que quizás llamen “la generación del 17”. Al contrario, se hacen más fuertes, aprenden, inventan nuevos recursos. Tal vez no derroten a los uniformados, pero que estos no los derroten a ellos apenas armados con violines, cartones, latas y chinas, es una derrota vergonzosa para cualquier soldado profesional.
Y no hablo sólo de los jóvenes con las caras tapadas, los escudos de cartón y las máscaras antigas -algunas maravillosamente improvisadas- en las calles frente a perdigones, tanquetas y demás monstruos blindados, sino también de los que están en los partidos y aunque cumplan disciplinas partidistas, se van preparando también para relevar a los tradicionalistas que siguen teniendo en las manos las palancas de los aparatos políticos, pero no necesariamente a los aparatos.
Quizás sean muchos esos veteranos que negocian y enredan porque su instinto les dice que sus tiempos agonizan junto con la dictadura, que entre sangre derramada y golpes, la historia está pariendo una Venezuela nueva y muy diferente.