La crisis generalizada en Venezuela es una realidad incuestionable. La pugnacidad política agravó a extremos de emergencia humanitaria las áreas sociosanitarias (medicinas/equipos médicos), alimentos y seguridad colectivas.
Ya comenzamos a hablar de “veteranos de guerra”. No solo debemos mencionar los más de 100 jóvenes asesinados en los enfrentamientos con los organismos policiales/militares, paramilitares/colectivos, también de la crueldad de esta guerra asimétrica, que está dejando una estela de cientos de miles de heridos, torturados y minusválidos.
En días pasados varios médicos comentaban que habían operado a muchachos con graves heridas. Muchos de ellos perdieron manos, dedos, brazos e incluso, piernas o han quedado ciegos.
Estas son las marcas de la guerra. No hay otra palabra que sirva de sinónimo. Y estos son los rostros que deja todo conflicto bélico. No nos sigamos engañando: en Venezuela se está desarrollando una violencia desatada por el Estado contra sus ciudadanos. No existe otra manera de decirlo. No es una guerra civil. Tampoco es un alzamiento militar-civil contra el gobierno del Estado.
Esta violencia o guerra asimétrica ha sido diseñada desde el llamado Alto gobierno y cuenta con la anuencia de la dirigencia militar/policial, en sus estructuras de mando. Además, ya hay suficientes testimonios que indican la participación de militares de otras nacionalidades, cubanos, bolivianos, así como colectivos/delincuentes, para atropellar a los ciudadanos en sus protestas.
Es tiempo de detener esta anunciada carnicería que se está generalizando. Las irresponsables declaraciones del presidente de la república, los gobernadores de Guárico y Zulia, arengando al uso de las armas, son evidencias que lesionan la sana convivencia a la paz. La población civil no está armada. El imperio de armas y municiones está en manos del Estado así como sus comandos y personal militar profesional.
El registro de imágenes, ya no simples escaramuzas con bombas lacrimógenas vs bombas molotov, está cambiando a enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Eso va a desembocar en el descuartizamiento de quienes participen en esos hechos. Veremos entonces el desfile de miembros desprendidos, despellejados, barrigas abiertas y vísceras en el asfalto. Y el color de las aceras, calles y avenidas será de evidente rojo púrpura.
Más terrible que la muerte es deambular con hambre por las calles, entre pedazos de cuerpos y pisando gelatinosos sesos humanos.
Mil veces es preferible negociar la salida del régimen, aunque sean deficientes e insatisfactorias soluciones, que caer en el abismo de la violencia generalizada e incontrolada. Si no se han percatado de ello, habría que evacuar miles de heridos, atender millones de hambrientos, niños y ancianos desprotegidos. Zonas de población civil diezmadas por la ferocidad de ataques e incursión permanente de elementos de bandos contrarios y de quienes se aprovechan de las circunstancias. Y mucha, mucha más pobreza, dolor y llanto. Esto y más es un conflicto bélico que llamo guerra asimétrica.
Todavía estamos a tiempo de detener esta barbarie. Todavía hay tiempo para negociar salidas al conflicto e impedir que las tensiones den paso a los enfrentamientos sin control. Hay que permitir que los negociadores hagan su trabajo, aún y a costa de ceder posiciones. Ninguno de los bandos es propietario del voto de la población. Y esta, en más de un 80% se encuentra en niveles de pobreza (extrema y aguda) y en vías de evidente riesgo de hambre que peligrosamente se está generalizando. Además, hay que agregar la emergencia médicoasistencial que ha llevado a parte de la población a la clara y evidente desesperación.
Ni el hambre ni las emergencias médicas pueden esperar. O se llega a un acuerdo definitivo, donde la población reciba la ayuda humanitaria para sobrevivir, o esa población terminará pasando por encima de la dirigencia, de uno y otro bando, y resolverá a su manera la gigantesca emergencia que se está traduciendo en muertes por desnutrición infantil, epidemias de malaria, sarna, y muerte de pacientes oncológicos, renales, insulinodependientes, adultos mayores recluidos en geriátricos, enfermos psiquiátricos y presos comunes.
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