Según portavoces oficiales de la MUD como Henry Ramos, Julio Borges y Freddy Guevara, el atractivo para que la oposición democrática participe a ciegas en las elecciones a gobernadores de octubre consiste en que, se trata de un juego de “ganar ganar”, pues si el gobierno las permite y actúa limpia y constitucionalmente será barrido por una avalancha de votos opositores, si hace trampa e incurre en otro fraude como el del 30J podrá ser acusado de nuevo de que el país gime bajo la bota de una dictadura militar, y si las suspende, se sentaría en el banquillo por lo mismo, pero con el agregado de que se denunciaría que lo hizo “por pánico” a las mayorías nacionales.
No quiero referirme a las refutaciones jurídicas que en profundidad sobre tal ingenuidad participativa han emitido expertos como Allan Brewer-Carías y Gustavo Tarre Briceño, entre otras cosas porque, no soy jurisconsulto y a menudo me he quejado de la extrema “judicialización” que ha padecido la tragedia política venezolana de los últimos 18 años, pero si quiero darlos por conclusivos y sin brechas para que algún académico, como el doctor José María Casal, se atreva a cuestionarlos.
En lo que sí quiero detenerme es en las consecuencias políticas de tamaña ansiedad electoralista de los partidos de la MUD (todos menos ABP de Antonio Ledezma y “Vente Venezuela” de María Corina Machado) que ya nombran candidatos y precandidatos, como si no se hubieran alejado horas antes de correr a las urnas, de multitudes que en Caracas, y todo el país, rugían en las calles contra el fraude de la ANC y para que se continuara la lucha contra una dictadura que ya había redactado su Partida de Defunción.
Y todo por un espejismo, el de los resultados de las parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, que no solo le dieron mayoría absoluta a la oposición en la AN al alzarse con casi ocho millones de votos (15 por ciento del total de electores) sino que fueron escrupulosamente reconocidos y respetados por el CNE que le seguía y le sigue cumpliendo órdenes a Maduro.
Esa fue, sin embargo, solo parte de la historia -y quizá la menos rescatable- porque la otra, la que si debió integrase a la experiencia histórica de los “ganadores”, se tradujo, primero, en un desconocimiento político (no jurídico) de los resultados; y segundo, en la constitución de un Poder Legislativo paralelo, o alterno (como se prefiere hoy), la Sala Constitucional del TSJ, que empezó a legislar como Asamblea Nacional de facto.
Circunstancia ante la cual, la MUD embistió de la única manera “legal” que podía invocar y acometer, como fue recordarse de que en julio se le vencía la primera mitad del período a Maduro y la Constitución vigente, la bolivariana, autorizaba que se le convocara un Referendo Revocatorio al dictador.
Conviene memorizar aquellos meses, los de abril-octubre del año pasado, cuando el país se volcó a realizar las más grandes manifestaciones de toda su historia en la estrategia de vencer los obstáculos puestos por el Poder Ejecutivo y su TSJ y su CNE (que al igual a los que ya aparecen para las regionales no dejaban pasar el RR) y que no ofrecían otra lectura sino que, la dictadura no se dejaría vencer otra vez en las urnas, a punta de votos.
Maduro, de todas maneras, no pensó esa vez (como si lo hizo ahora, de abril a julio de este año) en acabar las protestas a gas lacrimógeno y plomo limpio, sino recurriendo a una oferta de diálogo, a un anzuelo que, con el atractivo de realizar para diciembre las elecciones de gobernadores y alcaldes, convenciera a la oposición, o parte de ella, de que valía la pena embaular el RR que planteaba unas elecciones a corto plazo con muchos candidatos a presidentes, por unas elecciones regionales que procuraban “espacios” para empeñarse en la arremetida final del 2017.
Pero eso era lo que podían pensar algunos partidos de la MUD, porque en la calle el RR seguía prendido y abandonarlo podía significarle a algunos partidos la pérdida de los votos que con tanto esfuerzo se habían ganado para las parlamentarias del 6D del 2015.
Siguió, entonces, la confrontación por todos los meses de julio, agosto, septiembre y octubre del año pasado, alcanzando picos como la “Toma de Caracas” del 1SEP y la de Venezuela el 26OCT que, le permitieron a Henrique Capriles, decir que, ya que el gobierno cerraba toda posibilidad de realizar el RR, la oposición podía hacerlo, cumpliendo todos los puntos del cronograma, hasta que el 8 o 10 de diciembre, los electores de toda Venezuela votaran para decirle a Maduro que no lo querían más como presidente.
Y así estaba la contienda o batalla para aquellos días, con el país esperando la señal para emprender la acometida final, cuando, el domingo 30 en la noche, una cadena de radio y televisión anunciaba al país que la MUD, en la representación de los partidos, AD, PJ, AP y UNT, había aceptado dialogar con el gobierno y llegar un acuerdo que pusiera fin a la crisis nacional.
Todos conocemos que se trató del comienzo del fin de la victoria del 6D del 2015, de la toma de la ofensiva por la dictadura de Maduro, del enfriamiento de las calles y del divorcio de parte de la dirigencia opositora con las mayorías nacionales que se veía como definitivo e irrecuperable.
Las preguntas, sin embargo, estaban en el ambiente, y ayer como hoy, son las mismas: ¿Por qué la dirigencia opositora, o parte de la misma, abandona la guerra a días de la batalla final, porqué deja a la gente esperando en la calle, por qué le propone salidas que en todo contribuyen a que la dictadura permanezca y por qué comete errores que ya ha experimentado como fracasos?
Misterio que pareció subrogable cuando el 6 de enero pasado, en la toma de posesión de la presidencia de la AN, Julio Borges, anunció que se apartaba de todo acuerdo o diálogo trucado con el régimen y llamaba al país a tomar de nuevo la calle para derrotar la dictadura.
Y cuán lejos se llegó en el alcance de estos objetivos lo demuestra que, el primero de mayo, Maduro anunció que convocaba a una Asamblea Nacional Constituyente para que redactara una nueva constitución que anulara la vigente y fuera el marco jurídico para el establecimiento pleno de una dictadura totalitaria marxista y socialista común y corriente.
No fue cualquier logro para la oposición democrática que protestaba en las calles por el respeto a la Constitución Bolivariana promulgada durante el primer año del gobierno de Chávez desde comienzos de abril, que, fue pisoteada por el mismo Chávez primero y después por Maduro, pero que, sin embargo, postulaba que la fuente de legitimación del poder eran las elecciones que, debían realizarse en los periodos que la constitución pautaba.
Quiere decir que, al par de protestar por la ruptura del hilo constitucional y la realización de elecciones para gobernadores y alcaldes, la oposición incorporaba ahora a su agenda la lucha contra la constituyente.
Que, por supuesto debió realizarse, pero sin darle ninguna posibilidad de éxito al retiro de su convocatoria, pues no estaba en la naturaleza del régimen desprenderse de ella, ni de la oposición pensar que, porque se estableciera el llamado poder constituyente, había que abandonar la calle y buscar otro atajo para derrotar la dictadura.
Algunos líderes opositores, por el contrario, a horas de quedar confirmado que los constituyentes habían sido electos con un gigantesco fraude electoral, salieron a decir que aceptaban un llamado a elecciones de gobernadores en diciembre anunciado por el CNE y ello tuvo la propiedad, tanto de transmitir una enorme sensación derrota a la gente, como de enfriar las calles que, era el objetivo político fundamental de la dictadura que ya hacia aguas después de tres meses en que el pueblo le aplicó derrota tras derrota y no daba muestras ni de estar cansado, ni en ánimos de buscar otra salida.
Como lo sostuvo a finales de octubre del 2016, cuando la MUD se apartó de la calle por el diálogo y no cosechó sino una estrepitosa derrota, pues en las condiciones actuales del desarrollo del totalitarismo venezolano, está claro que solo el pueblo en la calle puede derrotarlo, en tanto que cualquier atajo sea por la vieja, o la nueva constitución a redactarse, no puede concluir sino un remache y cerrojo de las cadenas.
Es la tensión dramática que vive la política venezolana de hoy día, en el tórrido agosto del 2017, cuando se apuesta poco a que la crisis que corroe las entrañas del país encuentre alivio en otra propuesta de salida que no sea ponerle fin a la dictadura de Maduro pronto y de una vez por todas.
Lo sabe el pueblo venezolano que luchó durante tres meses en todos los rincones del país por no darle más tiempo a los tiranos nacionales y a los ocupantes extranjeros, perdiendo 110 de sus mejores hijos, dejando 600 heridos y más de 2000 detenidos, pero asombrando al mundo por su heroicidad y su decisión de derrocar a una dictadura totalitaria asesina, narcotraficante, corrupta y hambreadora.
Y lo sabe también la comunidad internacional, presidida por el gobierno de los Estados Unidos, cuyos altas autoridades están cada día más convencidas de que solo con un fuerte apoyo de países democráticos y hermanos puede Venezuela escapar del horror.
Menos la MUD, perdida en un to be or not to be hamletiano, después del cual queda siempre la frustración, la desesperanza y la inmolación.
Dios nos ayude en la rectificación de una política que no concluirá en nada.