El Viejo Testamento narra cómo Dios envió terribles plagas para castigar a los egipcios por la terquedad perversa de su Faraón en no dejar libres a los hebreos. Así como hoy el fanfarrón de La Habana y su regente local, niegan libertad a los venezolanos.
Fue Dios quien castigó a Ramsés II, al no obedecer sus órdenes transmitidas por Moisés. La chulería de un anciano heredero que se cree dios, aunque se manifiesta ateo, se sabe en sus últimas y de repente apareció en las cercanías un demonio blanco que lo ve como lagartija indeseable y fastidiosa a la cual no aplasta porque, aunque fuerte y gritón le teme a su propio dios, el fantasma difuso y confuso pero real y poderoso, llamado Opinión Pública Nacional e Internacional.
El octogenario necesita tiempo -que no tiene- para organizar la herencia podrida que trata de sanear en favor de sus beneficiarios, consciente que su intendente no tiene ni la fuerza ni la habilidad para conducir lo invadido. Aguas enfurecidas amenazan con inundaciones sin que el delegado y su séquito puedan siquiera nadar. Afirman que cruzarán, pero la mayoría está clara de su alarde, aunque siguen con sus planes e inventando, ocultando y disimulando el pánico de ahogarse.
Lo esencial es que, así como a aquél terco Faraón egipcio Dios lo castigó con plagas que el monarca no sabía ni podía evitar -los pedantes enceguecen y se ponen torpes cuando los sorprenden tragedias no controladas e implantadas por ellos-, así el patiquín con su rollo existencial y su mayordomo desconcertado, en vez de recibirlas como advertencias y reprimendas, las crean y profundizan.
Anda mal la República Bolivariana sede oficial del socialismo del siglo 21, muy pocos perciben qué significa, pero lo sienten como la madre de las plagas cuando miembros de los poderes, electoral, judicial, moral, gabinete ejecutivo, vicepresidente e incluso el primer mandatario, están siendo investigados por el imperio lejano pero vigilante, ubicados en una lista de presuntas actividades ilícitas que deshonra. Aún más, es un claro indicador de que son venenosos ellos mismos y algún vigoroso fumigador se está preparando para actuar. En la firmeza de la potencia como en otros reinos están advertidos y no los dejarán ingresar, presionaron el botón de alerta e instalaron la cuarentena, como el Ébola u otras peligrosas epidemias.
Señal espantosa por las secuelas y consecuencias de la plaga del siglo XXI, es que otros miembros de la casa, encargados de los diversos asuntos que interesan al palacio faraónico -como acumular denarios y riquezas-, vigilar y manejar millones de esclavos tiranizados y campesinos sometidos, proteger al reino de hostiles enemigos como hititas, marines y filisteos, también están infectados y señalados, cometen infracciones a la vista y alguno hasta podría enseñarle vías clandestinas a los enemigos para salvarse. De todo hay en la viña de Osiris, dios de los infiernos.
Las aguas del Nilo se convirtieron en sangre por voluntad de Dios, las calles venezolanas se tiñeron de rojo, gases y violaciones a los derechos humanos por órdenes del fanfarrón añoso y su ostentoso administrador. En Egipto sucumbieron peces, en Venezuela murieron jóvenes.
Transitan angustiados, tienen miedo, pero están convencidos de arreglar entuertos. El mundo está al corriente que ni pueden ni saben, pero tratan y desesperan. Sin embargo, los desastres continúan y nada logran. Cruzan mares para visitar, consultar y recibir órdenes del fatuo; también del guardado en su sepulcro de roca; solicitar su inspiración es un acto desesperado. En sus años finales nadie aseguraba si estaba vivo o sólo respiraba por instinto. Difuntos en piedras no hablan, aunque en vida se sintieran dioses.
En el patio trasero colonial las plagas se extienden y ninguno parece tener el remedio para la cura. Reunieron una colección de súbditos manejables obedientes para que se les ocurra algo -fieles garrapatos automáticos que tallan en barro y aprueban-, afirman que ahora sí, el reino está bajo control y todo irá de maravilla.
Mientras enjambres de langostas depredadoras consumen todo a su paso y nada dejan. Sapos hurgan en la basura y croan lo que se les ocurre por parecer eficientes. Ratas y rateros que roban, ocultan para ellas y sus crías. Piojos y parásitos que emponzoñan, infectan, pican y dejan marcas; sin contar el bichero importado desde territorio comunista allende el proceloso mar.
Para completar aparecieron las moscas que afirman enfrentaran poderíos que, según, enviará el leviatán blanco, pero mientras se preparan participan en la contaminación y se comen los desechos. Así está la colonia, consternada, abarrotada de suciedad, enfermedades, desesperación y miseria, justo lo que intendentes dóciles querían ocultar. Pero los habitantes del protectorado se hartaron de dar tiempo al tiempo, de confiar, ser engañados y burlados. Decidieron fumigar con pesticida y deshacerse de sembradores y reguladores.
Arribó la turbulencia final que afecta a todos, la que llena de terror a los regentes del establecimiento y al profano fanfarrón. La tormenta perfecta, la que estremece, deja desnudos y jamaquea sin consideración ni piedad a corruptos, encubridores, testaferros y cooperantes ricamente acicalados, la que barre con gases y amenazas, ensordece, deja ciegos y neurasténicos a defensas pretorianas.
Los súbditos pobladores despertaron de su letargo ilusorio y artificioso, se reconciliaron con la ciudadanía y trasmutaron en ciudadanos, ellos son el verdadero torbellino, furiosos contra la regencia que no sólo ha sido un daño por sí misma, sino porque representa calamidades que nos han dejado sin calidad de vida, inflación más alta del mundo, hambrientos, enfermos, inseguros, sin trabajo y más grave aún, sin futuro.
Entretanto, la supremacía, a pesar de sirios y troyanos, tiene en su poderío lo que Ramsés II no poseía para combatir plagas: Insecticida y plaguicida que comienza a rociar, sólo que no paraliza sistemas nerviosos de insectos, sabandijas y larvas, sino que actúa directamente en sus bolsillos y finanzas, donde verdaderamente duele y atormenta.
Y como los hebreos al final los venezolanos seremos libres.
@ArmandoMartini